Hay dos personajes de la Navidad que son objeto de sentimientos encontrados de rechazo y simpatía. Con ambos me identifico en alguna medida aunque ello me hace objeto de más rechazo que simpatía. Ebenezer Scrooge es un personaje surgido de la imaginación de Charles Dickens («A Christmas Carol», 1843) caracterizado por ser un tipo miserable, frío de corazón, lleno de amargura y avaricia que desprecia la Navidad y la considera un fraude. Por otro lado, el Grinch es un personaje ficticio, gruñón y determinado a sabotear la Navidad. Lo que su creador, Dr. Seuss, hizo fue criticar la visión de la Navidad como algo comercial y satirizar a aquellos que obtienen beneficios explotando esta época navideña («Cómo el Grinch robó la Navidad», 1957).Parte de la explicación de estas actitudes hacia la Navidad tiene que ver con el desencanto que estos personajes —y todos aquellos que nos identificamos con ellos, tuvimos en nuestra niñez. Naturalmente los niños tienen altas expectativas para estas fiestas y, en la medida en la que esas expectativas se cumplen, atesoran buenos o malos recuerdos de la Navidad.
Mi mayor expectativa de niño en las festividades de Navidad y Año Nuevo tenía que ver con la quema de juegos pirotécnicos. En mi niñez se reducía a quemar cohetillos, y lo que en Guatemala conocemos como «silbadores», «canchinflines» y bombas (ahora prohibidos por la ley). Una de estas bombas de gran poder explosivo casi me deja sordo a los 11 años. Hasta el día de hoy tengo un zumbido en el oído izquierdo, únicamente perceptible en absoluto silencio. Sufrí innumerables quemaduras pero todas valieron la pena por la emoción asociada con esa actividad de mi infancia.
Otras expectativas no fueron llenadas y probablemente a eso se debe parte de mi ‘grinchesca’ actitud hacia la Navidad. Solamente recuerdo haber recibido dos regalos realmente significativos en toda mi niñez, que me hicieron muy feliz en esas dos aisladas Navidades. El resto de mis memorias navideñas no son particularmente gratas. Ese es el problema con las expectativas. Cuando estas no se cumplen, producen un profundo efecto destructivo.
Pocas cosas hay tan destructivas como expectativas no cumplidas. Entre más altas son las expectativas, mayores son las probabilidades de que no se cumplan. Nosotros mismos nos hacemos objeto de sufrimiento al poner grandes expectativas en torno a estas celebraciones. El niño que no recibe el juguete esperado, la comida que no es lo suculenta que se esperaba o la indeseable compañía que no nos hace pasarla nada bien.
Todos esperamos que algo mágico suceda la noche de Navidad o de Año Nuevo. En alguna medida nos hemos creído que existe la felicidad enlatada y que algo sucederá en esta noche que nos permita destapar y recibir una dosis especial de felicidad, sea en forma de un regalo, una buena comida o una gran borrachera. La medianoche es el colmo de las falsas expectativas. Cual ingenuas cenicientas, sucumbimos al encanto de las 12 de la noche y todo el hechizo del que rodeamos esta noche se rompe al pasar esa hora en la que no pasa nada especial de lo que esperamos.
Si puedo resumir en una frase mi deseo para ti en esta Navidad es esta: ¡Baja las expectativas! No esperes pavo, para que al recibir un tamal puedas estar agradecido. No esperes una velada fantástica para que no sufras la decepción de una probable compañía no deseada. No esperes un gran regalo. El verdadero regalo que necesitas llegó hace 2,000 años. Nada mágico sucederá esta noche. No existe felicidad que pueda empacarse en un envoltorio de regalo.
Desde su mismo nacimiento, Jesús no se preocupó en cumplir las expectativas de nadie, más que la de aquellos que supieron percibir la verdadera grandeza de lo que sucedió esa primera Navidad. Para muchos, Jesús fue la decepción más grande. La gente esperaba un glorioso Mesías que fuera un influyente personaje político, o quizá un revolucionario militar que desafiara a los romanos y libertara al pueblo. Casi todas las veces que encontramos a la gente poniendo expectativas sobre Jesús, él termina decepcionándolos y haciendo algo diferente. Los que se beneficiaron de la multiplicación de panes y peces y buscaron más al día siguiente volvieron con las manos vacías. Los que, como el centurión romano, no pusieron ninguna expectativa sobre él son los que salieron más bendecidos. Jesús nunca prometió darnos lo que esperamos o lo que queremos. Él nos da lo que realmente necesitamos: salvación, amor incondicional, bendiciones inesperadas… la lista es larga.
Es natural tener expectativas. La clave es ajustarlas de tal modo que si no se cumplen, estemos de todos modos contentos con ello. La Biblia dice que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. La codicia (que es la forma más extrema de abrigar altas expectativas) solamente nos hunde en destrucción (1 Tim. 6:8-9). Guarda tu corazón y baja tus expectativas. La Navidad y el Año Nuevo son solamente una noche más en las cuales, si tienes la bendición de compartirlas con los seres que amas y mantener tu enfoque en las cosas que realmente valen, tienes mucho por lo cual estar agradecido. Construye gratas memorias en la mente y el corazón de los niños, que no estén basadas en las falsas expectativas que el sistema les inocula para estimular el consumismo de la época. Haciendo esto, probablemente no verás ningún Scrooge o Grinch aparecer en ellos años después.
Me pareció sorprendente la lectura de los dos personajes y que verdaderamente el regalo que tenemos es haber recibido a Jesús que el regalo de Dios hacia nosotros.
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