Pandémico Déficit de Aprendizaje

He dedicado toda mi vida a la educación, buena parte del primer tercio de mi vida como estudiante en centros educativos cristianos y los dos últimos tercios como educador sirviendo colegios evangélicos. Mi experiencia como estudiante no tuvo un final muy feliz. Soy parte del selecto club de “expulsados de colegio cristiano”. ¡Ahora estoy esperando un mejor final para mi actual experiencia como educador!

Creo en la educación, específicamente la causa de la educación cristiana, esa modalidad de educación que tiene como centro a Cristo y como fundamento la Palabra de Dios.

Más que educador, me considero un educacionista; un científico del hecho pedagógico, un atento observador de lo que sucede cuando se junta uno que pretende enseñar y otro que aspira aprender. Este es uno de los fenómenos de interacción humana más fascinantes y que está al corazón del cumplimiento de la Gran Comisión. 

Todo el que ahora se considere educador o educacionista ha tenido que hacerse la siguiente pregunta.

¿Cuánto hemos aprendido en esta pandemia?

América Latina y el Caribe ha sido de las regiones más golpeadas por la pandemia.

Las evaluaciones del aprendizaje muestran un sombrío panorama de acuerdo al informe para la región presentado por el Banco Mundial, UNICEF y UNESCO que se titula “Dos años después: salvando a una generación”. De acuerdo a este informe, la respuesta a la pregunta ¿cuánto se aprendió en este tiempo de pandemia? es, muy poco, mucho menos de lo esperado. En este mismo informe se describe lo que estamos viviendo como una verdadera catástrofe educativa.

Más importante aún es preguntarnos qué aprendimos nosotros, los adultos; nosotros, la Iglesia de Jesucristo. Me temo que la respuesta es la misma o muy parecida. Muy poco. Menos de lo esperado; en algunos casos, casi nada.

Lección y Propósito

Esta pandemia es más que una crisis global. Al igual que las plagas y pestilencias en la Biblia, es una expresión del juicio de Dios sobre las naciones. Pero también una brillante oportunidad para aprender y crecer si nos disponemos a hacerlo. Sea que esta pandemia sea considerada crisis de salubridad o juicio de Dios estoy convencido que conlleva lecciones que Dios quiere enseñarnos y propósitos que Él espera que cumplamos.

Ahora conviene preguntarnos, ¿Se ha cumplido el propósito de Dios para la Iglesia en este tiempo? ¿Hay lecciones pendientes de aprender que explican la prolongación de la presente pandemia?

Aprendizaje pendiente

Hay varios indicadores que evidencian lecciones pendientes de aprender para la Iglesia del Señor. Me enfocaré únicamente en dos:

  • La centralidad de un templo como lugar de reunión, y
  • Lo inalterable de nuestra liturgia congregacional.

La pandemia puso en evidencia nuestra dependencia de templos y actividades dominicales que ahora, como Zorobabel y Nehemías, estamos muy diligentes en reconstruir.

La reapertura de templos y el reinicio de reuniones solo muestra que estamos volviendo al mismo modelo pre-pandemia, un modelo eminentemente templo-céntrico y, por supuesto, domingo-céntrico.

Y usted se pregunta, ¿cuál es el problema con eso?

El problema como Iglesia es pretender que nada ha pasado y volver intactos a la misma experiencia que teníamos antes de marzo de 2020. Pareciera como que el mundo entero cambió, menos nosotros.

Si la manera en la que comemos, compramos, viajamos y trabajamos ya no volverá a ser la misma, ¿por qué lo ha de ser la manera en la que profesamos y practicamos nuestra fe cristiana?

De Israel podemos aprender importantes lecciones sobre lo que Dios espera de Su pueblo en contexto de crisis y juicio.

Centralidad del Templo

Construir un santuario permanente en Jerusalén nunca fue la idea de Dios. Él dio planos e instrucciones precisas para la construcción de un tabernáculo en el desierto, una tienda portátil para un pueblo migrante.1 La idea de construir un templo permanente fue del rey David, ejecutada por su hijo Salomón.2 Pero no fue iniciativa ni mandato de Dios que se construyera un majestuoso santuario como centro de culto.

Cuando los mismos discípulos de Jesús buscan llamar su atención ante la magnificencia del Templo de Herodes, Jesús declara que de eso no quedaría piedra sobre piedra.3 Su afirmación que si fuere destruido Él es poderoso para reedificarlo en tres días 4 es una clara referencia a lo que Dios considera el verdadero templo. Así lo confirma Pablo en sus cartas al decir que nosotros, el cuerpo de Cristo, somos el templo de Dios y nuestros cuerpos templo del Espíritu Santo.5

El primer indicador del crónico déficit de aprendizaje en la Iglesia agudizado por la pandemia es la preeminencia que damos al lugar físico de reunión como epicentro de nuestra vida espiritual.

Consideramos tan importante ese lugar que llegamos al punto de identificarlo con la Iglesia misma. Es común que los cristianos se refieran a su punto geográfico de reunión como “la iglesia”, olvidando que la Iglesia—con ‘I’ mayúscula—es la gente, no el lugar. La Iglesia somos las piedras vivas, no el santuario donde nos congregamos. Ninguna referencia bíblica justifica el uso del término “iglesia”—aunque sea con ‘i’ minúscula—para referirse a un lugar determinado en el cual se reúne la congregación de los santos y fieles, es decir, la verdadera ekklesia.

Cuando viene el juicio del Señor sobre Israel en el año 722 y luego en 586 sobre Judá, el pueblo de Dios fue condenado al exilio y la dispersión. El primer Templo fue destruido, como lo fue siglos después también el segundo tal como lo anunciara el Señor. ¿Cuál ha sido entonces la clave de la supervivencia espiritual y preservación del pueblo judío en condiciones hostiles?

Durante el cautiverio babilónico surgió una nueva modalidad de culto y enseñanza transgeneracional de la Torá. Se trata de las escuelas judías que conocemos como sinagogas. Están presentes en la vida y ministerio de Jesús y juegan un importante papel en la expansión inicial de la Iglesia en el libro de Hechos. La sinagoga fue un recurso emergente que ha cumplido una función esencial en la vida y la historia del pueblo judío. Esto se confirma durante los siglos de diáspora desde la destrucción de Jerusalén en el año 70 hasta 1948. A pesar de persecución y holocausto, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob han sobrevivido sin necesidad de Templo ni altares.

En la reciente pandemia Dios se vio obligado a dispersarnos como lo hizo con Israel, para recordarnos que no es el lugar el que nos da la identidad, sino algo más—en realidad, Alguien más—que llevamos con nosotros dondequiera que estamos.

El segundo indicador de aprendizaje incompleto es la resistencia al cambio en nuestra manera de congregarnos y adorar.

Liturgia inalterable

Sin importar si tu congregación tiene un modelo litúrgico centenario o de apenas unos años, el modelo del culto centralizado en un evento protagonizado por banda musical y predicador estrella ha confirmado en esta pandemia su condición de intocable e inamovible.

Me declaro culpable de haber contribuido a la actual preeminencia de músicos y uso extendido de canciones de tono contemporáneo.

Crecí en una congregación donde el himnario se llevaba el domingo junto a la Biblia para cantar acompañados de instrumentos tradicionales, un himno a la vez. En la década de los 80’s algunos revolucionarios nos atrevimos a introducir ‘cántico nuevo’ en los servicios dominicales, inspirados por pioneros como Marcos Witt y Juan Carlos Alvarado. Personalmente, contribuí a traducir y difundir los cantos de Maranatha! Music e Integrity Hossana!. Desplazar piano y órgano para instalar instrumentos de percusión, guitarras eléctricas y elevar los decibeles del acompañamiento instrumental fue motivo de división en muchas iglesias.

En 1986 tuve el primer espacio radial en frecuencia modulada de Guatemala donde se dio a conocer el rock y la música cristiana contemporánea (Gospel Time), haciéndome candidato a ser lapidado o excomulgado si tal cosa se hubiese practicado entre los evangélicos.

Cuando los cantos de Marcos eran considerados del diablo, yo peleaba con los pastores para que cedieran tiempo del mensaje para la alabanza. No se llegó al punto de derramar sangre, pero sí mucho sudor y lágrimas. Después de años de estudios bíblico-teológicos me convertí en pastor y predicador pero los nuevos amos del culto dominical eran ahora el líder de alabanza y sus músicos, monstruosidad que yo mismo había contribuido a crear.

Lo mismo de cada domingo

Tal como los maestros hicieron con las clases escolares de lunes a viernes, los líderes eclesiásticos intentamos replicar en Zoom, Facebook o YouTube lo mismo que hacíamos cada domingo: una secuencia ininterrumpida de cantos de alabanza seguido de un mensaje bíblico por un solitario predicador.

¿Se nos ocurrió acaso que lo que Dios esperaba en pandemia era que volviéramos al modelo neotestamentario de reunirnos en las casas?

¿O es que no era tan buena idea crear y practicar una mini-liturgia a escala del hogar que no requiriera de todo el aparato mediático y sofisticada tecnología que al día de hoy seguimos utilizando?

No siempre el mejor modelo de Iglesia está en el futuro. A veces lo encontraremos examinando las sendas antiguas.

Es Jesús quien afirma a la mujer samaritana que la verdadera adoración no depende de un rito llevado a cabo en determinado lugar. Los verdaderos adoradores lo serán “en espíritu y en verdad”, en cualquier ubicación y sin libreto alguno.6 El destino de toda liturgia donde el estático rito se vuelve el objeto central del culto es hacerse abominable ante el Señor.7

No pasamos el test

El aprendizaje suele medirse por medio de exámenes. Nuestro déficit de aprendizaje se hizo evidente en un test que la mayoría de iglesias reprobó durante la pandemia. Fue el relativo a la celebración de las ordenanzas: el bautismo y la cena del Señor.

Los laicos jefes de familia no fueron considerados dignos de ministrar la Cena del Señor durante los largos meses de separación física. Se prefirió dejar a la gente sin participar de esta sagrada ordenanza que compartir la autoridad y privilegio de servir que los líderes eclesiásticos ejercemos como ministros ordenados.

Olvidamos que fue Felipe—diácono y no apóstol—el que bautizó junto al camino al primer convertido no judío del que tenemos información. Olvidamos que tomar pan y jugo de la vid—o cualquier equivalente como café, mate o chicha y tortilla, arepa o tostones—no está condicionado a reunirnos un primer domingo del mes o tener a un pastor que haga la debida repartición.

El verdadero epicentro

En caso de crisis, persecución o pandémica cuarentena la familia ha sido y seguirá siendo el único refugio seguro en el cual los cristianos podemos adorar con libertad.

Cuando la congregación local o la escuela no pueden reunirse, la familia es el único santuario y centro educativo. Papá y mamá son pastores y maestros y nosotros—los que nos llamamos pastores y maestros—los responsables de equiparles para cumplir esas funciones, no afanarnos en cumplirlas en lugar de ellos.

En este tiempo también se ha levantado un valioso recurso que no debemos ignorar.

Recurso emergente

He comparado a las modernas escuelas cristianas con aquellas sinagogas de la antigüedad. Los educadores cristianos somos el recurso emergente de Dios para la presente generación. Las escuelas y educadores que represento estamos listos y dispuestos a servir, enseñando la verdad del evangelio en cada materia académica, pastoreando y discipulando a la nueva generación.

Al igual que con el Templo de Jerusalén, Dios tampoco ordenó fundar sinagogas ni escuelas cristianas. ¿Con qué autoridad entonces los educadores cristianos nos atrevemos a enseñar? ¿De quién es la responsabilidad de educar a la nueva generación?

Las únicas dos instituciones que Dios estableció con la autoridad y responsabilidad de educar son la familia y la Iglesia. Los colegios cristianos somos solamente socios de la familia y extensión de la Iglesia para apoyarles en cumplir la titánica tarea de formar una nueva generación para Cristo.

Hogar, Iglesia y colegio

Se requiere un esfuerzo común para salvar a la siguiente generación, más no como lo dice el Banco Mundial o Naciones Unidas. Hogar, Iglesia y colegio; padres, pastores y educadores trabajando en equipo con el objetivo común de preparar a niños, adolescentes y jóvenes para el mundo en el que les tocará vivir. Es a nuestros hijos y nietos a quienes les tocará sobrevivir los tiempos más desafiantes para la fe cristiana. Todo está preparado para una nueva realidad global donde no será nada fácil ser fieles seguidores y testigos de Jesucristo.

Hemos de prepararnos para escenarios de persecución en donde nuestros hermosos santuarios ya no serán el epicentro de nuestra fe ni nuestra elaborada liturgia la única ni mejor expresión de nuestra espiritualidad.

Hay esperanza para la Iglesia latinoamericana. Para bien o para mal, la historia muestra que hemos sido susceptibles al cambio, pero de manera más lenta de lo esperado, tal como lo muestra el desarrollo de una creciente consciencia misionera o el nostálgico cuarto menguante de la escuela dominical.

Dios nos ha dado la oportunidad de acelerar el cambio inevitable pero estamos padeciendo un severo déficit de aprendizaje. Se sigue haciendo necesaria una interminable pandemia y futura persecución para que podamos aprender lo que se necesita aprender y que se cumpla el propósito que se ha de cumplir.

¿Pasamos el examen ahora o seguimos con asignatura pendiente por culpa de este maligno déficit pandémico de aprendizaje?


Bienaventurados los que lloran

Tú o alguien que tú conoces, que ha derramado muchas lágrimas recientemente, necesita escuchar estas palabras.

Canción: Estou Contigo por Jotta A. ©2012 Central Gospel Music

Cómo orar por los enfermos

Ante la enfermedad de personas que amamos, todos enfrentamos el dilema de cómo orar por ellos. Oramos por sanidad aun cuando el diagnóstico es complejo y existe probabilidad de un desenlace fatal. Al orar de esa manera y sucede lo indeseado terminamos decepcionados con Dios, cuestionamos nuestra fe o simplemente nos encogemos de hombros, afirmando con resignación «Así lo quiso Dios». Junto a la oración, agotamos todas las opciones médicas con tal de prolongar el tiempo de vida. Esto es particularmente cierto con personas de edad avanzada, padres o abuelos octogenarios a quienes amamos entrañablemente y nos duele tener que despedir.

Más difícil de discernir es cómo orar por personas más jóvenes o personas de edad madura que hasta hace poco gozaban de buena salud. El cáncer que llega a mitad de la vida o el implacable coronavirus que no respeta condición ni edad son casos frecuentes que representan un desafío a nuestra fe. Nos aferramos a versículos bíblicos que afirman el ilimitado poder de Dios, su inagotable amor y aun listamos todas las buenas obras del enfermo como razones para apelar a la misericordia del Señor y suplicar por su sanidad y recuperación.

La Biblia nos instruye a orar por los enfermos, pero lo hace dando instrucciones muy específicas que a menudo son ignoradas. Hay una oración de fe, poderosa y eficaz, que es la que debe hacerse en el caso de personas con un particular tipo de enfermedad.

Santiago 5 nos da estos lineamientos para orar por los enfermos:

¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados.

Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho.

Santiago 5:14-16 (NBLA)

Antes de aplicar estas instrucciones, conviene discernir de qué enfermo estamos hablando. Esta no es una receta para todos. Se aplica específicamente a quien padece un tipo particular de enfermedad.

Desde la perspectiva natural se puede hablar de al menos dos tipos de enfermedad.

La enfermedad común de la que nadie muere. Una gripe, una indigestión, una infección; la que tiene su ciclo y se cura con un simple medicamento o un poco de reposo, muchas veces sin necesidad de una visita al médico. Esta no requiere la clase de oración poderosa de la que habla Santiago.

La segunda es la enfermedad fatal; de la que todos vamos a morir, excepto los que fallecen trágicamente en algún accidente. Es resultado de la implacable segunda ley de termodinámica. Todo decae, nuestro organismo está en un constante proceso de deterioro y eventualmente algún órgano vital dejará de funcionar. Es poco lo que podemos hacer contra la inexorable vejez. La muerte se pospone por todos los medios posibles, pero tarde o temprano nuestro cuerpo, esta morada terrenal, colapsará y dejará de funcionar. Este tipo de enfermedad demanda una oración diferente a lo que prescribe Santiago.

La Biblia tiene otra forma de ver los diferentes tipos de enfermedad.

Enfermedad del Justo

El proverbial caso de Job. Una persona íntegra a quien le sobreviene calamidad, ruina y para colmo de males, enfermedad. Es el caso en el que todos quisiéramos vernos reflejados cuando la tragedia nos alcanza, porque en el fondo sentimos que no hemos hecho nada malo para merecer el juicio de Dios.

En ninguna parte de esta historia encontramos a los amigos de Job orando por él o expresando su intención de hacerlo. La mayor parte del libro consiste en reflexiones teólogicas, un profundo diálogo filosófico tratando de encontrar la causa del mal que le vino al amigo. El pensamiento natural en la antigüedad era que la enfermedad y adversidad venían como consecuencia del pecado y es de lo que tratan de convencer a Job estos amigos.

De acuerdo a la escena celestial de los primeros capítulos y la intervención final de Dios, se deduce que tragedia y enfermedad vienen en el caso de Job y otros justos para poner las cosas en perspectiva a la luz de la soberanía y grandeza de Dios, no como consecuencia de pecado.

La historia de Job tiene un desenlace feliz de sanidad y restauración. Otros casos de personas a quienes consideramos ejemplarmente justos pueden no tener ese mismo final feliz. Si algo aprendemos del libro de Job es que el Señor es soberano y su sabiduría inescrutable. ¡Nuestra limitada percepción y entendimiento jamás podrá compararse con la grandeza de Dios!

Enfermedad de Juicio

Hay un segundo tipo de enfermedad que es el caso de aquellos sobre los cuales Dios decreta enfermedad que es literalmente una sentencia de muerte. Tal es el caso de Jorán, rey de Judá (II Crón. 21), a quién el profeta Elías le anuncia por carta «una enfermedad en las entrañas, tan grave que día tras día empeorará, hasta que se te salgan los intestinos», lo cual efectivamente sucede tal como lo describe el profeta, después de dos años de cruento sufrimiento.

Pero esto no es algo que encontramos solo en el Antiguo Testamento. Leyendo 1 Cor. 11 nos damos cuenta que la enfermedad de juicio también puede suceder en la Iglesia, específicamente en relación a la Cena del Señor.

Por tanto, examínese cada uno a sí mismo , y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre ustedes, y muchos duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.

1 Cor 11:28-32 NBLA

Este tipo de enfermedad, que puede resultar mortal, es una que puede estar incluida en los casos donde la Biblia misma nos dice que ni siquiera debemos orar. Hay personas cuya iniquidad es tal, que para ellos no hay posible oración que los salve del decreto divino.

Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, ore por él y Dios le dará vida. Me refiero a quien comete un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que sí lleva a la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él.

1 Jn 5:16 NVI

Se requiere sabiduría espiritual antes de discernir la enfermedad o adversidad que viene sobre la vida de una persona, especialmente si es un miembro de la familia de Dios. Santiago 5 no está escrito para los casos de la enfermedad del justo o la enfermedad de juicio. Es para un tercer tipo de enfermedad.

Enfermedad para Salvación

Una enfermedad puede ser una experiencia vivificadora si somos parte de una comunidad donde el liderazgo pastoral obedece y practica lo que dice Santiago 5. Tiene el propósito de llamar mi atención hacia un pecado que debe ser confesado o un área de mi vida que debe cambiar. La enfermedad para salvación no tiene el propósito de matar a nadie. Tiene el propósito de acercarme a Dios, perfeccionar mi carácter y hacerme más semejante a Cristo.

Según Santiago 5:14 es el enfermo quien debe llamar a los ancianos. No dice “llame al doctor”. La iniciativa debe ser del enfermo o su familia, no de la iglesia. Mucha gente enferma espera que el pastor se entere por otro medio o se enojan si nadie les visita para orar por ellos.

La oración de los ancianos va acompañada de la unción con aceite que, contrario a la práctica de la Iglesia de Roma, no se aplica a gente que va a morir, sino todo lo contrario. Es una unción de vida. Pero el aceite no es el componente esencial de esta fórmula de sanidad y vida. Es tan solo un símbolo.

Santiago 5:15 en algunas versiones bíblicas puede entenderse como que con solo seguir la fórmula indicada no habrá enfermedad que se resista. El enfermo sanará, el Señor lo levantará es lo que aparentemente se dice que viene como resultado de la oración de fe y la unción. Notemos que el verbo donde algunas versiones dicen «el enfermo sanará» es el verbo σώζω que se traduce la mayoría de veces en el Nuevo Testamento como «salvar». Este pasaje no garantiza sanidad sino salvación, que en su dimensión integral también puede incluir sanidad.

Los componentes de esta fórmula infalible para tratar la enfermedad para salvación son oración y confesión, inseparables uno del otro.

La oración sin confesión es ineficaz en estos casos. La Biblia abunda en ejemplos de cómo la enfermedad puede venir como consecuencia del pecado y cómo la confesión de ese pecado puede conducir a la sanidad del cuerpo y del alma.

Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas.

Sal 103:3-5 NVI

Por causa de tu enojo, nada sano hay en mi cuerpo; por causa de mi maldad, no hay paz en mis huesos. Mi pecado pesa sobre mi cabeza; ¡es una carga que ya no puedo soportar! Por causa de mi locura, mis heridas supuran y apestan. Estoy abrumado, totalmente abatido; ¡todo el tiempo ando afligido! La espalda me arde sin cesar; ¡no hay nada sano en todo mi cuerpo!… Por eso, voy a confesar mi maldad; pues me pesa haber pecado.

Sal 38:3-7, 18 RVC

La creencia común en tiempos de Jesús era que la enfermedad era producto del pecado. Desde Deuteronomio 28 el Antiguo Testamento enseña que epidemias, fiebres malignas, inflamaciones, tumores, úlceras, ceguera y hasta enfermedad mental vendrían sobre el pueblo de Israel como resultado de su desobediencia y pecado. Jesús no desmintió tal creencia. Más bien trató individualmente con cada caso, aplicando la cura indicada a cada situación. Al pecado, perdón de pecados y a la enfermedad, sanidad del cuerpo. Al paralítico de Lucas 5 primero se le ministra perdón de pecados y luego sanidad. Al paralítico de Betesda en Juan 5 primero se le ministra sanidad y luego viene la amonestación del Señor “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Jn 5:14 NBLA). Se hace evidente la relación entre pecado y enfermedad en el ministerio de Jesús.

Jesús también deja claro que no todos los casos de enfermedad son por causa de pecado. Con el ciego de nacimiento los discípulos preguntan “¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn. 9:2 NBLA). “No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres —contestó Jesús—, nació ciego para que todos vieran el poder de Dios en él” (Jn 9:3 NTV). Cada caso es diferente y por ello el discernimiento de parte de los agentes que Dios usará para ministrar sanidad y perdón es de capital importancia.

Al preguntar a personas de fe cuál es el propósito por el cual ha venido enfermedad a sus vidas suelen responder «Es para que dependa más de Dios» o algo parecido, cuando la respuesta esperada podría ser «Dios está llamando mi atención a un pecado que debo confesar, un área de mi vida que debo cambiar». Es más fácil victimizarse con la enfermedad que reconocernos responsables de empujar a Dios a tener que recurrir a algo así para obligarnos a parar la vida frenética que llevamos para enfocarnos en lo que Él quiere mostrarnos.

La enfermedad para salvación es aquella donde Dios te estaciona por un tiempo en un obligado reposo, probablemente en una cama de hospital, para que reflexiones. Con frecuencia, va a tocar una parte de tu cuerpo que tiene alguna relación con el mensaje que Él quiere darte o el área de tu vida a la cual debes prestar atención. Una vez estás listo para declarar con tus labios lo que Dios te está mostrando es el momento de llamar a los ancianos. Hacerlo empujados por la angustia o hacerlo sin estar listo para practicar la confesión que debe acompañar la oración que se haga puede ser inútil.

¿Conoces alguna iglesia o comunidad cristiana evangélica que practique regularmente la mutua confesión de pecados? No es común practicar esta disciplina a pesar de ser un claro mandamiento de las Escrituras.

En cuestiones de confesión, la Iglesia de Roma tiene una mejor comprensión y práctica de la misma como uno de sus sacramentos. Psicólogos y otros profesionales de la salud reconocen el alto valor terapéutico que puede tener la expresión verbal en reconocimiento de culpa como resultado de un examen introspectivo de conducta. Resolver conflictos emocionales puede tener una valiosa conexión con mejoría en la salud física.

Santiago nos exhorta a practicar el ejercicio de confesión y oración, no solo con o por los ancianos sino «unos con otros», lo cual desvirtúa la práctica de la Iglesia mencionada que restringe esta práctica para hacerse solamente con sacerdotes y religiosos.

La oración sin palabras

Santiago describe la oración de fe para sanidad (o, salvación) como «eficaz» (o, poderosa según otras versiones). Pero ¿cómo hacer una oración poderosa si ni siquiera sabemos cómo orar por un enfermo? Romanos 8 tiene la respuesta.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;

pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos,

pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.


Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Romanos 8:26-27 (RVR1960)

Reconocer nuestra ignorancia sobre cómo orar por algo o por alguien es un acto de humildad poco común. Muchos oran con las mejores intenciones, declarando sanidad sobre una persona pero terminan burlados o decepcionados al darse cuenta que su osadía disfrazada de fe no obtiene el efecto esperado. Pablo ofrece una opción más eficaz y poderosa.

Cuando Romanos 8:26 nos invita a dejar que el Espíritu interceda por nosotros con gemidos indecibles, literalmente se refiere a un clamor demasiado profundo para ser expresado con palabras. Este silente clamor del corazón es el que verdaderamente obra conforme a la voluntad de Dios en cualquier caso o situación. No pequemos pretendiendo conocer la voluntad soberana de Dios para un caso de enfermedad en donde lo más eficaz y humilde que podemos hacer es guardar silencio y dejar que el Espíritu en nosotros haga la intercesión a su manera.

¿Conoces algún líder cristiano o pastor que enmudezca o simplemente «gima» cuando se le pide orar por algún enfermo? Todos nos sentimos comprometidos a decir algo; articular una oración que suene muy espiritual, demostrar mucha fe y esforzarnos por ministrar a la gente, cuando lo mejor que podemos hacer si no sabemos cómo orar es no decir nada.

La disciplina espiritual de la oración silente es algo que las iglesias de tradición protestante haríamos bien en practicar más como lo hacen otras religiones. Sea misticismo, budismo o los populares ejercicios de conciencia plena (mindfulness), en todos se reconoce el valor de no llenar nuestra mente de tanta palabrería. Jesús mismo advirtió a sus discípulos acerca de esto (Mt 6:7) pero en nuestra liturgia y oraciones los evangélicos hacemos justamente lo contrario. ¡Creemos que el poder de nuestro clamor se incrementa en función de los decibelios que le ponemos a nuestra abundancia de palabras!

Que el Señor nos ayude a volver al modelo bíblico de oración por los enfermos, especialmente en un tiempo de pandemia, donde los casos a nuestro alrededor se multiplican de una manera en donde los que enferman o mueren pareciera azarosa. Con Dios nada sucede al azar. Detrás de cada contagio de COVID, cáncer o enfermedad hay un propósito divino que bien haremos en discernir antes de decir a la ligera «estoy orando» en respuesta a una petición de oración por algún enfermo. ¡Y que Dios abra mentes y corazones de pastores y ancianos para que asumamos la responsabilidad que la Palabra de Dios pone sobre nosotros!

La Espada del Señor

La Espada del Señor cover_smallSi se toca la trompeta en la ciudad, ¿no temblará el pueblo? Si sucede una calamidad en la ciudad, ¿no la ha causado el SEÑOR? (Amós 3:6 LBLA)

Este artículo es una trompeta que probablemente no haga temblar a nadie más que al que lo escribe. Sin embargo, lo hago en obediencia, como el profeta que se atrevió a pronunciar estas palabras.

Los cristianos nos hemos esforzado por encontrar explicación y propósito a la pandemia actual del COVID-19. No sabemos si fueron los vendedores del mercado de Wuhan o malvados bioquímicos los responsables de darnos este nuevo virus. La soberanía de Dios permitiendo este mal es la mejor explicación que encontramos, la cual es teológicamente correcta, pero incompleta. Intentar ver un propósito divino en esta tragedia nos lleva casi al mismo punto de encogernos de hombros y refugiarnos en una conveniente ignorancia disfrazada de ciega confianza en Dios.

Nuestra verdadera confianza debe ser que —aunque no lo veamos— Dios ciertamente está obrando su propósito para cada persona, familia, comunidad, ciudad y nación. Pero Dios también nos llama a abrir los ojos de nuestro entendimiento y dejar que el Espíritu de sabiduría y revelación que Él nos ha dado muestre Su obrar y propósito en todo lo que sucede a nuestro alrededor. La manera de hacerlo es examinar el consejo inerrante e infalible de la Palabra de Dios.

Las cosas por su nombre: juicio

Cuando la Biblia se refiere a enfermedades devastadoras que afectan pueblos completos y que guardan alguna semejanza con una enfermedad epidémica, usa nombres tales como peste, pestilencia o plaga. Todas estas palabras en castellano traducen una misma palabra en hebreo, deber (דֶּבֶר), que tiene el sentido de destrucción. En varias de las narrativas bíblicas donde se describe este fenómeno se consignan causas espirituales que los provocaron, número de víctimas y propósito logrado. Un ejemplo es lo que se cree que fue una peste bubónica que azotó a los filisteos cuando retuvieron el arca del pacto (I Sam 5 y 6). Es interesante que son los mismos sacerdotes filisteos los que comparan este azote con la experiencia de las plagas en Egipto.

La pelea de diez rounds de plagas en Egipto tuvo un fulminante nocaut. El juicio llegó en forma de enfermedad letal o muerte súbita, ejecutado de manera selectiva sobre los primogénitos, sin distingo de edad o clase social. Egipto reaccionó dándole a Dios lo que Él demandaba. La testarudez de Faraón tuvo un precio alto que pudo haberse evitado si tan solo hubiese respondido antes, pero optó por endurecer su corazón.

prayer of sufferingEn lo que la Biblia es clara es que estas mortandades son ordenadas —no permitidas, sino causadas— directamente por Dios como juicio hacia un pueblo. Y aquí aparece la primera palabra que evitamos usar en relación a esta pandemia. Insinuar que el COVID-19 pueda ser un juicio de Dios sobre la tierra sabotea nuestro noble deseo de presentar al Señor como un Dios siempre misericordioso y perdonador. Sin embargo los profetas del Antiguo Testamento no dejan duda al respecto. El juicio de Dios toma diferentes formas de castigo sobre un pueblo obstinado y rebelde. Dios usó invasiones, sequías, hambrunas y, por supuesto, epidemias, para tratar con la idolatría e infidelidad de su pueblo.

Ciertamente la Biblia dice que Dios es lento para la ira y grande en misericordia (Sal 103:8), pero la rebeldía e iniquidad de una nación tarde o temprano acarrea un juicio implacable. Negar esto es negar el carácter de Dios que no sólo es misericordioso sino también justo Juez. Y quien diga que esto es un actuar propio de un Dios del Antiguo Testamento, y que en el Nuevo Testamento todo cambia, le invito a leer algunos pasajes que demuestran que el carácter de Dios es inmutable y no cambia en lo que respecta a impartir juicios severos, también a su Iglesia (Hch 5:1-11; 1 Cor 11:29,30; Heb 10:26-31; 1 Pe 4:17).

Las cosas por su nombre: espada

La segunda palabra incómoda es la que da título a este escrito: espada. La manera en la que el profeta Gad le presenta a David la encrucijada de escoger el castigo de Dios por sus malas decisiones es: “Así dice el Señor: ‘Escoge para ti: tres años de hambre, o tres meses de derrota delante de tus adversarios mientras te alcanza la espada de tus enemigos, o tres días de la espada del Señor, esto es, la pestilencia en la tierra y el ángel del Señor haciendo estragos por todo el territorio de Israel.’” (I Crón 21:12) David decide encomendarse a la misericordia de Dios, pidiendo cualquier cosa menos la espada de sus enemigos. Una devastadora epidemia se desata sobre Israel que sólo en las primeras horas cobra la vida de 70,000 personas. Cuando Dios envía al ángel destructor a Jerusalén, dice la Escritura que “David alzó sus ojos y vio al ángel del Señor que estaba entre la tierra y el cielo, con una espada desenvainada en su mano, extendida sobre Jerusalén. Entonces David y los ancianos, vestidos de cilicio, cayeron sobre sus rostros.” (I Crón 21:16) El Señor abre los ojos de David para que pueda ver lo que está pasando en el plano espiritual. No es una enfermedad misteriosa, no es un virus inexplicable. Es la espada del Señor.

La palabra en hebreo para plaga o pestilencia, deber דֶּבֶר, contiene exactamente los mismos caracteres que el vocablo que se usa para referirse a la “palabra” que Dios habla: דָּבָר (dābār), lo que podría sugerir una raíz común. No es difícil pensar que, con cada una de estas plagas, Dios quiere hablarnos. Hay un mensaje profético que debe ser atendido con carácter de urgencia y demanda una respuesta inmediata o de otra manera se transformará en un mensaje de juicio. Es grotesco pero ilustrativo que el retrato de Jesucristo en el libro de Apocalipsis sea con una espada aguda saliendo de su boca (Ap 1:16) con la cual está listo para juzgar a su misma iglesia (2:16). “Su nombre es: El Verbo (La Palabra) de Dios. Los ejércitos que están en los cielos, vestidos de lino fino, blanco y limpio, lo seguían sobre caballos blancos. De Su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones.” (19:13-15).

Hasta que no llamemos a las cosas por el nombre que la Biblia les da, estaremos hablando demasiado tiempo de “coronavirus” y nada del juicio que representa. Pero si tenemos el coraje de abrir nuestros ojos y discernir lo invisible a la luz de la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios entonces no hay más opción que obedecer. Tanto filisteos, egipcios como israelitas sabían que la única cosa que puede cambiar el devastador juicio de Dios —detener la espada del Señor— es arrepentimiento y humillación. No todos entenderán esto, pero si tan sólo los líderes lo entienden y obedecen, las cosas pueden cambiar. Al final de cuentas, como lo muestra la Biblia y la historia, es por las malas decisiones de los gobernantes que todo un pueblo padece las consecuencias.

Un ejército formidable

En la antigüedad bíblica, juicio y espada eran sinónimo de ejércitos invasores que devastaban todo a su paso, sitiaban las ciudades y llevaban cautivos a los conquistados. Asiria y Babilonia fueron las naciones cuya invasión trajo juicio a Israel y Judá respectivamente, por su desobediencia e infidelidad a Dios.

Hoy, donde las invasiones y agresiones internacionales son cosa del pasado, y donde el pueblo del Señor ya no se encuentra en un determinado lugar geográfico sino esparcidos por todo el mundo, Dios ha de hablarnos de otras maneras pero no muy diferentes a lo descrito en su Palabra. Sufrimos la invasión de un ejército diferente, pero igualmente identificado desde la antigüedad como juicio divino y espada del Señor. Se trata de un ejército microscópico, tan débil que simple agua y jabón puede aniquilarlo al contacto. Sin embargo, una vez dentro del organismo humano puede ser devastador e incluso causar la muerte.Fighting virus

No es casualidad que los profetas del Antiguo Testamento sean los que hacen un uso más abundante de la descripción de Dios como “Señor de los Ejércitos”. Así como Dios ha traído este ejército de coronavirus para hablar a su Iglesia, así también Él puede derrotarlo como lo hizo con los imperios de la antigüedad que afligieron a su pueblo con propósito. Nuestro sistema inmunológico es un ejército formidable de linfocitos, leucocitos y anticuerpos con los que Dios nos equipó, pero su funcionamiento y respuesta a la enfermedad está completamente bajo el dominio del mismo Señor de los ejércitos.

Si tus ojos aun no se abren para contemplar los juicios de Dios sobre la tierra, que alcanzan tanto a justos como a injustos como consecuencia de decisiones propias y de sus gobernantes, te invito a que hagas una lectura más detenida de la Palabra y pidas que el Señor ilumine tu entendimiento. Mi oración será que el Espíritu te siga guiando a toda verdad y convenza al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8).


Todas las referencias bíblicas son de la Nueva Biblia de Las Américas (NBLA).

No conocí a Julio Melgar…

No conocí a Julio Melgar, ni conocí mucho de Julio Melgar…

Solamente supe lo que se contaba de él. Testimonios de gente bendecida por su ministerio. Una vez lo encontré en un aeropuerto con toda su banda y lo saludé. Fue lo más cerca que llegué a ver de él.

No fui seguidor de su alabanza ni fui tan ministrado por sus canciones. Al escuchar uno de sus álbumes solo llegué a pensar, “Este es el Israel Houghton latinoamericano”.

Julio Melgar: antes y después
Julio Melgar: antes y después

La respuesta de la gente a su enfermedad solamente me confirma lo que dice Romanos 8:26 “pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. Muchos bien intencionados hermanos ‘declararon y decretaron’ sanidad. No sabían cómo pedir. Les movió el mismo sentimiento que hizo que Pedro, al escuchar al mismo Jesús hablar de su inminente muerte, “[comenzara] a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mt 16:22 RVR).

Hay suficiente evidencia bíblica para creer que Dios concede a sus siervos fieles conocer el tiempo de su partida (Dt 31:14; Is 38:1; Mt 16:21; Lu 9:31; Fil 1:25; 2 Tim 4:6; 2 P 1:14). Julio Melgar no debió ser la excepción. Él sabía. Seguramente pasó su propio Getsemaní, humanamente resistiéndose a lo inevitable que Dios ya le había mostrado. Sin embargo, al igual que Jesús, abrazó la cruz. Dios—el único que declara y decreta—dispuso que Julio partiera la misma semana que se conmemora la muerte y resurrección de Jesús.

Como humanos, tratamos de posponer lo inevitable de la muerte. En nuestra ingenuidad, creemos que podemos torcer el brazo de Dios con nuestras oraciones que despliegan mucha fe y poder pero muy poca humildad para reconocer la soberanía de Dios. Cuando Romanos 8:26 dice que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad de no saber cómo pedir, es para explicar que Él mismo “intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Indecible describe, simple y sencillamente, algo que no se dice. No declaras ni decretas nada. Simplemente tu espíritu ora aunque tu entendimiento esté limitado. Lo ideal es que ambos oren en armonía (1 Cor 14:15).

Sin conocer a Julio como muchos le conocieron y hoy le llaman “nuestro guerrero”, estoy seguro que él hubiese deseado que, como Sansón el guerrero, su muerte causara más impacto que todo lo que hizo en vida. Además de recordar todas sus canciones y conciertos, reflexionemos en lo que su muerte nos enseña. Si tan solo nos enseña a orar mejor, orar en el espíritu, gemir sin palabras, en lugar de declarar y decretar en nuestro envanecido entendimiento, ¡entonces su prematura partida habrá valido la pena!