Bienaventurados los que lloran

Tú o alguien que tú conoces, que ha derramado muchas lágrimas recientemente, necesita escuchar estas palabras.

Canción: Estou Contigo por Jotta A. ©2012 Central Gospel Music

Cómo orar por los enfermos

Ante la enfermedad de personas que amamos, todos enfrentamos el dilema de cómo orar por ellos. Oramos por sanidad aun cuando el diagnóstico es complejo y existe probabilidad de un desenlace fatal. Al orar de esa manera y sucede lo indeseado terminamos decepcionados con Dios, cuestionamos nuestra fe o simplemente nos encogemos de hombros, afirmando con resignación «Así lo quiso Dios». Junto a la oración, agotamos todas las opciones médicas con tal de prolongar el tiempo de vida. Esto es particularmente cierto con personas de edad avanzada, padres o abuelos octogenarios a quienes amamos entrañablemente y nos duele tener que despedir.

Más difícil de discernir es cómo orar por personas más jóvenes o personas de edad madura que hasta hace poco gozaban de buena salud. El cáncer que llega a mitad de la vida o el implacable coronavirus que no respeta condición ni edad son casos frecuentes que representan un desafío a nuestra fe. Nos aferramos a versículos bíblicos que afirman el ilimitado poder de Dios, su inagotable amor y aun listamos todas las buenas obras del enfermo como razones para apelar a la misericordia del Señor y suplicar por su sanidad y recuperación.

La Biblia nos instruye a orar por los enfermos, pero lo hace dando instrucciones muy específicas que a menudo son ignoradas. Hay una oración de fe, poderosa y eficaz, que es la que debe hacerse en el caso de personas con un particular tipo de enfermedad.

Santiago 5 nos da estos lineamientos para orar por los enfermos:

¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados.

Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho.

Santiago 5:14-16 (NBLA)

Antes de aplicar estas instrucciones, conviene discernir de qué enfermo estamos hablando. Esta no es una receta para todos. Se aplica específicamente a quien padece un tipo particular de enfermedad.

Desde la perspectiva natural se puede hablar de al menos dos tipos de enfermedad.

La enfermedad común de la que nadie muere. Una gripe, una indigestión, una infección; la que tiene su ciclo y se cura con un simple medicamento o un poco de reposo, muchas veces sin necesidad de una visita al médico. Esta no requiere la clase de oración poderosa de la que habla Santiago.

La segunda es la enfermedad fatal; de la que todos vamos a morir, excepto los que fallecen trágicamente en algún accidente. Es resultado de la implacable segunda ley de termodinámica. Todo decae, nuestro organismo está en un constante proceso de deterioro y eventualmente algún órgano vital dejará de funcionar. Es poco lo que podemos hacer contra la inexorable vejez. La muerte se pospone por todos los medios posibles, pero tarde o temprano nuestro cuerpo, esta morada terrenal, colapsará y dejará de funcionar. Este tipo de enfermedad demanda una oración diferente a lo que prescribe Santiago.

La Biblia tiene otra forma de ver los diferentes tipos de enfermedad.

Enfermedad del Justo

El proverbial caso de Job. Una persona íntegra a quien le sobreviene calamidad, ruina y para colmo de males, enfermedad. Es el caso en el que todos quisiéramos vernos reflejados cuando la tragedia nos alcanza, porque en el fondo sentimos que no hemos hecho nada malo para merecer el juicio de Dios.

En ninguna parte de esta historia encontramos a los amigos de Job orando por él o expresando su intención de hacerlo. La mayor parte del libro consiste en reflexiones teólogicas, un profundo diálogo filosófico tratando de encontrar la causa del mal que le vino al amigo. El pensamiento natural en la antigüedad era que la enfermedad y adversidad venían como consecuencia del pecado y es de lo que tratan de convencer a Job estos amigos.

De acuerdo a la escena celestial de los primeros capítulos y la intervención final de Dios, se deduce que tragedia y enfermedad vienen en el caso de Job y otros justos para poner las cosas en perspectiva a la luz de la soberanía y grandeza de Dios, no como consecuencia de pecado.

La historia de Job tiene un desenlace feliz de sanidad y restauración. Otros casos de personas a quienes consideramos ejemplarmente justos pueden no tener ese mismo final feliz. Si algo aprendemos del libro de Job es que el Señor es soberano y su sabiduría inescrutable. ¡Nuestra limitada percepción y entendimiento jamás podrá compararse con la grandeza de Dios!

Enfermedad de Juicio

Hay un segundo tipo de enfermedad que es el caso de aquellos sobre los cuales Dios decreta enfermedad que es literalmente una sentencia de muerte. Tal es el caso de Jorán, rey de Judá (II Crón. 21), a quién el profeta Elías le anuncia por carta «una enfermedad en las entrañas, tan grave que día tras día empeorará, hasta que se te salgan los intestinos», lo cual efectivamente sucede tal como lo describe el profeta, después de dos años de cruento sufrimiento.

Pero esto no es algo que encontramos solo en el Antiguo Testamento. Leyendo 1 Cor. 11 nos damos cuenta que la enfermedad de juicio también puede suceder en la Iglesia, específicamente en relación a la Cena del Señor.

Por tanto, examínese cada uno a sí mismo , y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre ustedes, y muchos duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.

1 Cor 11:28-32 NBLA

Este tipo de enfermedad, que puede resultar mortal, es una que puede estar incluida en los casos donde la Biblia misma nos dice que ni siquiera debemos orar. Hay personas cuya iniquidad es tal, que para ellos no hay posible oración que los salve del decreto divino.

Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, ore por él y Dios le dará vida. Me refiero a quien comete un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que sí lleva a la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él.

1 Jn 5:16 NVI

Se requiere sabiduría espiritual antes de discernir la enfermedad o adversidad que viene sobre la vida de una persona, especialmente si es un miembro de la familia de Dios. Santiago 5 no está escrito para los casos de la enfermedad del justo o la enfermedad de juicio. Es para un tercer tipo de enfermedad.

Enfermedad para Salvación

Una enfermedad puede ser una experiencia vivificadora si somos parte de una comunidad donde el liderazgo pastoral obedece y practica lo que dice Santiago 5. Tiene el propósito de llamar mi atención hacia un pecado que debe ser confesado o un área de mi vida que debe cambiar. La enfermedad para salvación no tiene el propósito de matar a nadie. Tiene el propósito de acercarme a Dios, perfeccionar mi carácter y hacerme más semejante a Cristo.

Según Santiago 5:14 es el enfermo quien debe llamar a los ancianos. No dice “llame al doctor”. La iniciativa debe ser del enfermo o su familia, no de la iglesia. Mucha gente enferma espera que el pastor se entere por otro medio o se enojan si nadie les visita para orar por ellos.

La oración de los ancianos va acompañada de la unción con aceite que, contrario a la práctica de la Iglesia de Roma, no se aplica a gente que va a morir, sino todo lo contrario. Es una unción de vida. Pero el aceite no es el componente esencial de esta fórmula de sanidad y vida. Es tan solo un símbolo.

Santiago 5:15 en algunas versiones bíblicas puede entenderse como que con solo seguir la fórmula indicada no habrá enfermedad que se resista. El enfermo sanará, el Señor lo levantará es lo que aparentemente se dice que viene como resultado de la oración de fe y la unción. Notemos que el verbo donde algunas versiones dicen «el enfermo sanará» es el verbo σώζω que se traduce la mayoría de veces en el Nuevo Testamento como «salvar». Este pasaje no garantiza sanidad sino salvación, que en su dimensión integral también puede incluir sanidad.

Los componentes de esta fórmula infalible para tratar la enfermedad para salvación son oración y confesión, inseparables uno del otro.

La oración sin confesión es ineficaz en estos casos. La Biblia abunda en ejemplos de cómo la enfermedad puede venir como consecuencia del pecado y cómo la confesión de ese pecado puede conducir a la sanidad del cuerpo y del alma.

Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas.

Sal 103:3-5 NVI

Por causa de tu enojo, nada sano hay en mi cuerpo; por causa de mi maldad, no hay paz en mis huesos. Mi pecado pesa sobre mi cabeza; ¡es una carga que ya no puedo soportar! Por causa de mi locura, mis heridas supuran y apestan. Estoy abrumado, totalmente abatido; ¡todo el tiempo ando afligido! La espalda me arde sin cesar; ¡no hay nada sano en todo mi cuerpo!… Por eso, voy a confesar mi maldad; pues me pesa haber pecado.

Sal 38:3-7, 18 RVC

La creencia común en tiempos de Jesús era que la enfermedad era producto del pecado. Desde Deuteronomio 28 el Antiguo Testamento enseña que epidemias, fiebres malignas, inflamaciones, tumores, úlceras, ceguera y hasta enfermedad mental vendrían sobre el pueblo de Israel como resultado de su desobediencia y pecado. Jesús no desmintió tal creencia. Más bien trató individualmente con cada caso, aplicando la cura indicada a cada situación. Al pecado, perdón de pecados y a la enfermedad, sanidad del cuerpo. Al paralítico de Lucas 5 primero se le ministra perdón de pecados y luego sanidad. Al paralítico de Betesda en Juan 5 primero se le ministra sanidad y luego viene la amonestación del Señor “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Jn 5:14 NBLA). Se hace evidente la relación entre pecado y enfermedad en el ministerio de Jesús.

Jesús también deja claro que no todos los casos de enfermedad son por causa de pecado. Con el ciego de nacimiento los discípulos preguntan “¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn. 9:2 NBLA). “No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres —contestó Jesús—, nació ciego para que todos vieran el poder de Dios en él” (Jn 9:3 NTV). Cada caso es diferente y por ello el discernimiento de parte de los agentes que Dios usará para ministrar sanidad y perdón es de capital importancia.

Al preguntar a personas de fe cuál es el propósito por el cual ha venido enfermedad a sus vidas suelen responder «Es para que dependa más de Dios» o algo parecido, cuando la respuesta esperada podría ser «Dios está llamando mi atención a un pecado que debo confesar, un área de mi vida que debo cambiar». Es más fácil victimizarse con la enfermedad que reconocernos responsables de empujar a Dios a tener que recurrir a algo así para obligarnos a parar la vida frenética que llevamos para enfocarnos en lo que Él quiere mostrarnos.

La enfermedad para salvación es aquella donde Dios te estaciona por un tiempo en un obligado reposo, probablemente en una cama de hospital, para que reflexiones. Con frecuencia, va a tocar una parte de tu cuerpo que tiene alguna relación con el mensaje que Él quiere darte o el área de tu vida a la cual debes prestar atención. Una vez estás listo para declarar con tus labios lo que Dios te está mostrando es el momento de llamar a los ancianos. Hacerlo empujados por la angustia o hacerlo sin estar listo para practicar la confesión que debe acompañar la oración que se haga puede ser inútil.

¿Conoces alguna iglesia o comunidad cristiana evangélica que practique regularmente la mutua confesión de pecados? No es común practicar esta disciplina a pesar de ser un claro mandamiento de las Escrituras.

En cuestiones de confesión, la Iglesia de Roma tiene una mejor comprensión y práctica de la misma como uno de sus sacramentos. Psicólogos y otros profesionales de la salud reconocen el alto valor terapéutico que puede tener la expresión verbal en reconocimiento de culpa como resultado de un examen introspectivo de conducta. Resolver conflictos emocionales puede tener una valiosa conexión con mejoría en la salud física.

Santiago nos exhorta a practicar el ejercicio de confesión y oración, no solo con o por los ancianos sino «unos con otros», lo cual desvirtúa la práctica de la Iglesia mencionada que restringe esta práctica para hacerse solamente con sacerdotes y religiosos.

La oración sin palabras

Santiago describe la oración de fe para sanidad (o, salvación) como «eficaz» (o, poderosa según otras versiones). Pero ¿cómo hacer una oración poderosa si ni siquiera sabemos cómo orar por un enfermo? Romanos 8 tiene la respuesta.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;

pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos,

pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.


Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Romanos 8:26-27 (RVR1960)

Reconocer nuestra ignorancia sobre cómo orar por algo o por alguien es un acto de humildad poco común. Muchos oran con las mejores intenciones, declarando sanidad sobre una persona pero terminan burlados o decepcionados al darse cuenta que su osadía disfrazada de fe no obtiene el efecto esperado. Pablo ofrece una opción más eficaz y poderosa.

Cuando Romanos 8:26 nos invita a dejar que el Espíritu interceda por nosotros con gemidos indecibles, literalmente se refiere a un clamor demasiado profundo para ser expresado con palabras. Este silente clamor del corazón es el que verdaderamente obra conforme a la voluntad de Dios en cualquier caso o situación. No pequemos pretendiendo conocer la voluntad soberana de Dios para un caso de enfermedad en donde lo más eficaz y humilde que podemos hacer es guardar silencio y dejar que el Espíritu en nosotros haga la intercesión a su manera.

¿Conoces algún líder cristiano o pastor que enmudezca o simplemente «gima» cuando se le pide orar por algún enfermo? Todos nos sentimos comprometidos a decir algo; articular una oración que suene muy espiritual, demostrar mucha fe y esforzarnos por ministrar a la gente, cuando lo mejor que podemos hacer si no sabemos cómo orar es no decir nada.

La disciplina espiritual de la oración silente es algo que las iglesias de tradición protestante haríamos bien en practicar más como lo hacen otras religiones. Sea misticismo, budismo o los populares ejercicios de conciencia plena (mindfulness), en todos se reconoce el valor de no llenar nuestra mente de tanta palabrería. Jesús mismo advirtió a sus discípulos acerca de esto (Mt 6:7) pero en nuestra liturgia y oraciones los evangélicos hacemos justamente lo contrario. ¡Creemos que el poder de nuestro clamor se incrementa en función de los decibelios que le ponemos a nuestra abundancia de palabras!

Que el Señor nos ayude a volver al modelo bíblico de oración por los enfermos, especialmente en un tiempo de pandemia, donde los casos a nuestro alrededor se multiplican de una manera en donde los que enferman o mueren pareciera azarosa. Con Dios nada sucede al azar. Detrás de cada contagio de COVID, cáncer o enfermedad hay un propósito divino que bien haremos en discernir antes de decir a la ligera «estoy orando» en respuesta a una petición de oración por algún enfermo. ¡Y que Dios abra mentes y corazones de pastores y ancianos para que asumamos la responsabilidad que la Palabra de Dios pone sobre nosotros!

No conocí a Julio Melgar…

No conocí a Julio Melgar, ni conocí mucho de Julio Melgar…

Solamente supe lo que se contaba de él. Testimonios de gente bendecida por su ministerio. Una vez lo encontré en un aeropuerto con toda su banda y lo saludé. Fue lo más cerca que llegué a ver de él.

No fui seguidor de su alabanza ni fui tan ministrado por sus canciones. Al escuchar uno de sus álbumes solo llegué a pensar, “Este es el Israel Houghton latinoamericano”.

Julio Melgar: antes y después
Julio Melgar: antes y después

La respuesta de la gente a su enfermedad solamente me confirma lo que dice Romanos 8:26 “pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. Muchos bien intencionados hermanos ‘declararon y decretaron’ sanidad. No sabían cómo pedir. Les movió el mismo sentimiento que hizo que Pedro, al escuchar al mismo Jesús hablar de su inminente muerte, “[comenzara] a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mt 16:22 RVR).

Hay suficiente evidencia bíblica para creer que Dios concede a sus siervos fieles conocer el tiempo de su partida (Dt 31:14; Is 38:1; Mt 16:21; Lu 9:31; Fil 1:25; 2 Tim 4:6; 2 P 1:14). Julio Melgar no debió ser la excepción. Él sabía. Seguramente pasó su propio Getsemaní, humanamente resistiéndose a lo inevitable que Dios ya le había mostrado. Sin embargo, al igual que Jesús, abrazó la cruz. Dios—el único que declara y decreta—dispuso que Julio partiera la misma semana que se conmemora la muerte y resurrección de Jesús.

Como humanos, tratamos de posponer lo inevitable de la muerte. En nuestra ingenuidad, creemos que podemos torcer el brazo de Dios con nuestras oraciones que despliegan mucha fe y poder pero muy poca humildad para reconocer la soberanía de Dios. Cuando Romanos 8:26 dice que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad de no saber cómo pedir, es para explicar que Él mismo “intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Indecible describe, simple y sencillamente, algo que no se dice. No declaras ni decretas nada. Simplemente tu espíritu ora aunque tu entendimiento esté limitado. Lo ideal es que ambos oren en armonía (1 Cor 14:15).

Sin conocer a Julio como muchos le conocieron y hoy le llaman “nuestro guerrero”, estoy seguro que él hubiese deseado que, como Sansón el guerrero, su muerte causara más impacto que todo lo que hizo en vida. Además de recordar todas sus canciones y conciertos, reflexionemos en lo que su muerte nos enseña. Si tan solo nos enseña a orar mejor, orar en el espíritu, gemir sin palabras, en lugar de declarar y decretar en nuestro envanecido entendimiento, ¡entonces su prematura partida habrá valido la pena!