Canción: Estou Contigo por Jotta A. ©2012 Central Gospel Music
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Ayuda para quien no puede dejar de beber
El alcoholismo es un problema complejo que carece de solución infalible. Ni médicos, psicólogos o religiosos tienen una respuesta que funciona para todos. Sin embargo, hay esperanza en una singular comunidad cuyos resultados son alentadores.
Cuando beber en exceso se vuelve un problema
La forma anormal, perniciosa y fuera de control en la que algunas personas consumen bebidas alcohólicas, se conoce como alcoholismo. Es una condición que se ha tornado enfermiza y ante la cual ya no es posible hacer nada dentro del terreno médico, moral o psicológico. Quien ha caído en esa situación debe ser considerado como un enfermo grave, que ha perdido todo uso de su voluntad y su razón para resolver por sí mismo su problema. Es por eso que los familiares, médicos y empleadores se desconciertan ante la inexplicable actitud de quien, sabiendo que está a punto de perderlo todo (salud, familia, trabajo) insiste en beber a pesar que sabe que esto le ocasiona graves daños a él y a los que le rodean. A pesar de su inteligencia, buenos deseos y promesas, en algún momento reincide a pesar de la comprensión, perdón y amor que se le prodigue a su alrededor.
El Comité sobre Alcoholismo de la Asociación Médica Americana define el alcoholismo como “una enfermedad en la cual se presenta ansiedad por el alcohol y pérdida de control sobre su consumo” (énfasis del autor). La Biblia, hace miles de años, ya sabía esto. Proverbios 23:29-35 describe al alcohólico y el v. 35 al final está de acuerdo con la definición médica cuando pone en labios del bebedor las palabras “cuando despertare, aún lo volveré a buscar”, a pesar de los desastres que los versículos anteriores describen. Y la obsesión alcohólica también está descrita en Isaías 56:12 “Venid, tomemos vino, embriaguémonos de sidra; y será el día de mañana como este, o mucho más excelente!”. La falsa idea del alcohólico de que “la siguiente vez” no le van a ocurrir las desgracias de la última vez que bebió es la obsesión más irracional que caracteriza el cuadro mental enfermizo que padece.
Israel era un pueblo que culturalmente incluyó el vino como parte sus costumbres alimenticias y sociales. Aun como receta para mejorar algún trastorno de salud, se lee cómo el apóstol Pablo le recomienda a Timoteo en 1 Tim 5:23 “usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”. El apóstol conocía a Timoteo y sabía que él era un obispo que llenaba el requisito de 1 Tim 3:3 de ser “no dado al vino”, o sea que no tenía problemas con el alcohol. No tenía esa ansiedad ni descontrol por el vino. La Biblia misma reconoce dos muy diferentes tipos de bebedores: el que bebe en forma sobria, controlada y racional y “los que se detienen mucho en el vino” (Pro 23:30), o sea “los dados a mucho vino” (1 Tim 3:8).
Actualmente en todas las naciones, culturas y religiones hay personas que beben porque pueden o quieren beber, y cualquier exceso es únicamente resultado de una irresponsabilidad o un error de decisión en una circunstancia aislada. Pero también están los que beben porque una vez que inician ya no pueden dejar de hacerlo. Hay causas y razones en su mente o personalidad que les hace necesario evadir conflictos u obligaciones que no pueden enfrentar sin la “ayuda” del alcohol.
Un problema complejo
No ha sido fácil para médicos, psicólogos, sociólogos o religiosos definir la verdadera naturaleza del problema. Solo admiten que tristemente es un problema complejo en el que intervienen factores mentales, emocionales, corporales, sociales, familiares y posiblemente el más importante: un gran vacío espiritual que es llenado engañosamente con el alcohol, aunque posteriormente ese vacío queda más grande e indefinible.
Por lo tanto, tratar de definir la forma alcohólica de beber, no solo es poco clara, sino desconsoladora. El estudio del alcoholismo todavía no ha producido resultados optimistas en cuanto a la resolución del mismo. Es menester entonces, observar los métodos que han dado resultados más o menos considerables y alentadores. Por la misma naturaleza confusa del problema, se podría decir que no hay dos alcohólicos iguales en todas sus características y lo que daría resultado para unos posiblemente no produciría el mismo resultado para otros.
El tratamiento médico normal de hospitalización para el alcohólico que se encuentra en una embriaguez prolongada con daños evidentes a su salud, solamente restaura el estado meramente físico, pero no elimina el problema mental. No existe la mínima garantía que ese mismo bebedor al poco o mucho tiempo después de ser rehabilitado, pueda volver a beber y repetir el ciclo que haga necesaria otra hospitalización.
El tratamiento psicológico o psiquiátrico ha dado muy poco resultado, según los informes de los mismos profesionales de la psicoterapia. Parece ser que el mismo alcohólico no colabora con el tratamiento, engañando al médico y también ocultando las verdaderas causas y realidades que le hacen beber descontroladamente.
La conversión religiosa ha producido un efecto permanente en un pequeño porcentaje de bebedores necesitados de ayuda, no por ser ineficaz, sino por la misma naturaleza de la personalidad del alcohólico, que carece de la capacidad para ser honesto en sus propósitos pasado algún tiempo después de su conversión. Si no se resuelven todas sus circunstancias interiores, el alcohólico puede sentirse todavía como un “extraño entre extraños” que no comprenden a cabalidad todas sus complicaciones con la vida, con la gente, y con el mundo. No obstante, quien logra rendirse completamente a la ayuda de Dios y permite ser totalmente transformado podría lograr su total recuperación.
Esperanza de restauración en comunidad
Parece ser que la comunidad de Alcohólicos Anónimos (A.A.) es la que ha producido mejores resultados que los métodos anteriormente mencionados, y es porque allí el alcohólico encuentra—no necesariamente una mejor ayuda, sino una ayuda más adecuada para su muy especial problemática. Estos son seres como él, que le hablan con la experiencia vivida y lo invitan a ensayar los mismos métodos que a ellos les han dado resultado para mantenerse sobrios. Se conjuga la ayuda humana adecuada, que viene de gente que sí los comprende, que no los juzga inmorales, ni pecadores , ni faltos de voluntad o de vergüenza, sino de seres que enfermaron—muy probablemente de manera involuntaria—de la más absurda, complicada y destructiva enfermedad.
Pero en A.A. también existe la necesidad absoluta de una genuina conversión. Allí también es Dios el autor del milagro. Los “AA’s” solamente son los instrumentos específicos que necesita el alcohólico; ellos son el testimonio viviente que Dios escogió y diseñó para ser como el lodo a los ojos del ciego, como el agua sucia del Jordán para Naamán y también Dios puede hablar a través de los AA’s como lo hizo de la boca del asna de Balaam. Los AA’s no son los que sanan el alcoholismo de nadie; es Dios el que, por su soberana voluntad, usa las bocas que antes solo tragaban veneno para hablar ahora por medio de ellas, haciendo más audible su voz al oído de los bebedores. Y estos reciben el mensaje con más confianza de otro alcohólico que de un médico, psicólogo, pastor o cura.
El fenómeno más esperanzador que ocurre actualmente en el proceso de curación del alcohólico en A.A. es que el bebedor restaurado, con el tiempo, siente la imperiosa necesidad de buscar más intensamente a Dios y finalmente, está preparado para buscar la Iglesia. La pregunta es, ¿qué está haciendo la Iglesia con estos alcohólicos que buscan a Dios y anhelan tener más que relaciones de empatía con otros alcohólicos como medio de salvación?
Acerca del autor
Oscar Salazar empezó a beber desde su edad adolescente. Su profesión como pianista profesional le hizo particularmente susceptible a estar en situaciones que le hicieron presa fácil del alcohol. Sus legendarias borracheras acarrearon tristeza y dolor a su alrededor durante más de 40 años. Ni sus estudios en la facultad de medicina, ni el hecho de haber crecido en un hogar de profundas convicciones cristianas le fueron útiles para dejar de beber. Llegó a Alcohólicos Anónimos y gracias a su programa pudo dejar de beber por el resto de su vida. Llegó a ser parte del liderazgo nacional de la organización, siendo uno de los exponentes más destacados en las tribunas de los grupos de A.A. A pesar de la naturaleza laica del programa, la espiritualidad cristiana estuvo siempre presente en todo su pensamiento y filosofía de vida hasta su partida en 2009. Escribió este artículo en febrero de 1980.
Parte 2: Hangar 41 (36 horas en Bruselas)
El frío ya calaba fuerte (aprox. 10° Celsius) y no todos contábamos con ropa abrigada. Anticipando la tardía llegada de la primavera a Europa central, yo había empacado toda mi ropa invernal en el equipaje que iba a mi destino final (Budapest). Apenas tenía un chaqueta sport sobre mí, pero también la bufanda que mi hermano me había heredado, la cual junto a un sombrero de fieltro negro me mantuvieron abrigado en esas horas. Confieso que —en un intento de hacer lo que Jesús haría, tímidamente intenté compartir mi bufanda con el joven de mangas cortas, pero su juventud no le concedió la humildad de aceptar mi sacrificial ofrecimiento. Creo que mi sombrero tampoco hubiese sido bienvenido por alguno de los encopetados pasajeros que difícilmente se pondrían en la cabeza algo usado por alguien más, ¡aunque el frío les estuviera congelando la coronilla!
Finalmente la angustiosa espera llegó a su fin. Sin ayuda de ningún altavoz, sino con gritos y gesticulaciones, gente de chaleco fosforescente nos empezó a llevar a unos autobuses para lo que todos esperábamos que fuera el retorno al acogedor edificio terminal. Al pasar de largo por la entrada supimos que nuestro destino era diferente. Gran sorpresa fue cuando los autobuses se detuvieron junto a un gigantesco hangar.
Allí iniciaría la larga espera en donde el sentimiento inicial de temor fue reemplazado por agónica incertidumbre. Había una falsa sensación de seguridad, por estar en un recinto semi-cerrado. Digo falsa, porque en ningún momento pude observar cerco de seguridad ni elementos adecuadamente armados de algún cuerpo policial. En la puerta se observaban unos pocos miembros de la policía belga, lo cual confirma lo que los analistas han dicho respecto a la falta de infraestructura de seguridad en Europa para manejar incidentes de esta envergadura.
El drama humano que se desencadenó a partir de entonces es indescriptible. La necesidad de usar servicios sanitarios fue la primera cosa que hizo evidente las condiciones infrahumanas de nuestro hacinamiento. Las largas filas frente a los escasos baños testificaban de la insuficiencia de este hangar para proveer algo de decencia a una de las necesidades humanas más básicas y que requieren un mínimo de manejo civilizado. Recuerdo que mi primer pensamiento al entrar a Bélgica fue “Veamos cómo luce un país europeo de primer mundo”, ¡sin imaginar que en cuestión de minutos sería transportado a una pesadilla tercermundista!
Al principio la gente estaba parada y deambulaba de un lado a otro. Conforme los minutos se convirtieron en horas, todos tuvieron que aceptar la realidad que el único lugar para sentarse era el suelo. Poco a poco la gente empezó a acomodarse lo mejor posible para soportar la larga espera que vendría. Junto a las pocas mantas que se habían empezado a distribuir, un pedazo de cartón o material aislante de embalaje se convirtió en una preciada posesión que libraba a sus dueños del humillante contacto con el frío piso de cemento.
En circunstancias así es donde se puede observar los actos más nobles pero también los más ruines. La benevolente repartición de mantas y comida hizo evidente el nivel de egoísmo del alma humana. Por ser un hangar de mantenimiento de aeronaves había algunas escaleras en los extremos del salón. Después de recoger algunos panes y fruta fui afortunado de encontrar una de esas escaleras rodantes vacía para poder sentarme a comer. A los pocos minutos, colocaron pilas de mantas atrás de las escaleras, usándolas como barrera natural para intentar hacer una repartición ordenada. La gente rápidamente se amontonó, demandando –más que pidiendo, una o más de esas cobijas. La muchedumbre se abalanzaba sobre mí y estaban pasándome literalmente encima. Por un momento sentí que iba a ser completamente arrollado, y solo alcanzaba a gritar inútilmente “Easy! easy!”.
Cuando el tumulto terminó, yo también había alcanzado a recibir una de las mantas. Junto a mí se habían acomodado unas chicas españolas, una de las cuales se había sentado sobre dos de esas cobijas, echándose una más encima y otra en su bolso. Al observar esto, uno de los voluntarios se acercó e indicó a la muchacha que le entregara una de las mantas “para una pequeña niña que no recibió una”. Ella se negó; él insistía. No pude soportar más. Tomé mi cobija y dije al hombre “Take mine for the little girl!” La mezquina muchacha me lanzó una mirada de incredulidad y yo no pude más que devolverle una de reproche. No mucho tiempo después, un africano que había observado la escena empezó a reclamarle cómo es que ella tenía cuatro y él no había alcanzado ninguna. Gritándose en idiomas diferentes, el africano arrebató de forma violenta una de las mantas de las manos de la muchacha.
Creyendo no tener posibilidad de reemplazar la cobija, me encaminé a un lugar donde me había parecido ver un pequeño calefactor. La gente se había amontonado alrededor, tratando de librarse del intenso frío. Lo mismo sucedía en otra parte con las escasas tomas de corriente disponibles para recargar los insaciables teléfonos celulares. Ver gente aglomerada en alguna parte del hangar era sinónimo de que algo esencial estaba disponible de manera limitada, fuera comida, agua, corriente eléctrica, calefacción, o servicios sanitarios. De pronto se cruzó frente a mí uno de los voluntarios que llevaba varias frazadas en las manos y con una sonrisa me ofreció una, la cual me fue de gran utilidad en las horas siguientes.
Mi pensamiento me llevó de vuelta a la convicción que yo tenía lo que esta gente más necesitaba. Por encima de las cosas anteriores, el temor inicial de los atentados empezaba a ser reemplazado por un prevalente sentimiento de incertidumbre. Se acercaba la noche y la pregunta en la mente de todos era ¿dónde vamos a pernoctar? ¿qué vamos a comer? ¿cuándo podré proseguir mi viaje? ¿dónde está mi equipaje? La sola idea de pasar la noche en las condiciones que vivíamos en ese hangar ya estaba haciendo estragos en el ánimo de muchas personas.
Cuando tus preguntas no tienen respuesta, cuando el futuro se avizora incierto y oscuro, lo que mas necesitas es esperanza. Esta multitud de cientos de miles de personas necesitaban algo que yo sí tenía. Aquellos que tenemos una inquebrantable fe en Dios y hemos sido objeto de su infinito amor, hemos sido llamados a ser agentes de esperanza en las circunstancias difíciles de la vida. Supe que esta experiencia se prolongaría y que Dios me tenía en ese lugar con el propósito de impartir esperanza a la mayor cantidad posible de personas.
Por esa razón y por el simple espíritu de supervivencia supe que debía asociarme con algún grupo, ya que no era fácil estar llevando mis cosas de un lado a otro. No era fácil recibir comida y bebidas cuando sólo tienes una mano libre, por estar llevando tu equipaje en la otra. No había sido fácil dejar un rincón con un pedazo de alfombra en el cual sentarme por ir al baño y al volver encontrarlo ocupado. ¡Necesitaba compartir esta experiencia en solidaridad con alguien! pero ¿quién o quiénes? La experiencia con el grupo de españoles, me había mostrado que había gente que hablaba español en esta multitud. Empecé a buscarlos.
Un grupo llamó mi atención: Una pareja madura de españoles compartía junto a un joven colombiano y una joven croata que hablaba español. El grupo lo completaba una pareja joven, ella española, él norteamericano. Inicié una conversación informal y había logrado integrarme al grupo para el momento en el que vino el esperado anuncio. Seríamos trasladados en una hora o más a lo que describieron como “un complejo militar”. El anuncio también nos informaba que se escucharía una “explosión controlada”, aparentemente la tercera carga explosiva que los terroristas no alcanzaron a detonar.
Mi vuelo había llegado puntualmente y apenas media hora antes de los atentados yo deambulaba por la Terminal A. Debo atribuir a Dios la gloria de librarme de haber estado cerca de alguno de los lugares donde ocurrieron las explosiones. No puedo dejar de darle gracias a mi buen Señor por haber podido llegar a tiempo a Bruselas: a tiempo para salir de mi avión, a tiempo de pasar por los controles migratorios, a tiempo para poder comer un desayuno (la única comida completa en las siguientes horas), a tiempo para estar en el lugar indicado, en el momento justo, con la gente precisa, para cumplir la misión de ser sal y luz.
A partir de las 8:30 que mi desayuno había sido interrumpido, habían pasado nueve horas, en donde mi destino inmediato era aun incierto pero mi vida había sido librada providencialmente y eso era suficiente motivo para dar gracias a Dios y tener la esperanza que el final de esta historia estaba en Sus preciosas manos.
Sigue… Parte 3 – Brabanthal