Pandémico Déficit de Aprendizaje

He dedicado toda mi vida a la educación, buena parte del primer tercio de mi vida como estudiante en centros educativos cristianos y los dos últimos tercios como educador sirviendo colegios evangélicos. Mi experiencia como estudiante no tuvo un final muy feliz. Soy parte del selecto club de “expulsados de colegio cristiano”. ¡Ahora estoy esperando un mejor final para mi actual experiencia como educador!

Creo en la educación, específicamente la causa de la educación cristiana, esa modalidad de educación que tiene como centro a Cristo y como fundamento la Palabra de Dios.

Más que educador, me considero un educacionista; un científico del hecho pedagógico, un atento observador de lo que sucede cuando se junta uno que pretende enseñar y otro que aspira aprender. Este es uno de los fenómenos de interacción humana más fascinantes y que está al corazón del cumplimiento de la Gran Comisión. 

Todo el que ahora se considere educador o educacionista ha tenido que hacerse la siguiente pregunta.

¿Cuánto hemos aprendido en esta pandemia?

América Latina y el Caribe ha sido de las regiones más golpeadas por la pandemia.

Las evaluaciones del aprendizaje muestran un sombrío panorama de acuerdo al informe para la región presentado por el Banco Mundial, UNICEF y UNESCO que se titula “Dos años después: salvando a una generación”. De acuerdo a este informe, la respuesta a la pregunta ¿cuánto se aprendió en este tiempo de pandemia? es, muy poco, mucho menos de lo esperado. En este mismo informe se describe lo que estamos viviendo como una verdadera catástrofe educativa.

Más importante aún es preguntarnos qué aprendimos nosotros, los adultos; nosotros, la Iglesia de Jesucristo. Me temo que la respuesta es la misma o muy parecida. Muy poco. Menos de lo esperado; en algunos casos, casi nada.

Lección y Propósito

Esta pandemia es más que una crisis global. Al igual que las plagas y pestilencias en la Biblia, es una expresión del juicio de Dios sobre las naciones. Pero también una brillante oportunidad para aprender y crecer si nos disponemos a hacerlo. Sea que esta pandemia sea considerada crisis de salubridad o juicio de Dios estoy convencido que conlleva lecciones que Dios quiere enseñarnos y propósitos que Él espera que cumplamos.

Ahora conviene preguntarnos, ¿Se ha cumplido el propósito de Dios para la Iglesia en este tiempo? ¿Hay lecciones pendientes de aprender que explican la prolongación de la presente pandemia?

Aprendizaje pendiente

Hay varios indicadores que evidencian lecciones pendientes de aprender para la Iglesia del Señor. Me enfocaré únicamente en dos:

  • La centralidad de un templo como lugar de reunión, y
  • Lo inalterable de nuestra liturgia congregacional.

La pandemia puso en evidencia nuestra dependencia de templos y actividades dominicales que ahora, como Zorobabel y Nehemías, estamos muy diligentes en reconstruir.

La reapertura de templos y el reinicio de reuniones solo muestra que estamos volviendo al mismo modelo pre-pandemia, un modelo eminentemente templo-céntrico y, por supuesto, domingo-céntrico.

Y usted se pregunta, ¿cuál es el problema con eso?

El problema como Iglesia es pretender que nada ha pasado y volver intactos a la misma experiencia que teníamos antes de marzo de 2020. Pareciera como que el mundo entero cambió, menos nosotros.

Si la manera en la que comemos, compramos, viajamos y trabajamos ya no volverá a ser la misma, ¿por qué lo ha de ser la manera en la que profesamos y practicamos nuestra fe cristiana?

De Israel podemos aprender importantes lecciones sobre lo que Dios espera de Su pueblo en contexto de crisis y juicio.

Centralidad del Templo

Construir un santuario permanente en Jerusalén nunca fue la idea de Dios. Él dio planos e instrucciones precisas para la construcción de un tabernáculo en el desierto, una tienda portátil para un pueblo migrante.1 La idea de construir un templo permanente fue del rey David, ejecutada por su hijo Salomón.2 Pero no fue iniciativa ni mandato de Dios que se construyera un majestuoso santuario como centro de culto.

Cuando los mismos discípulos de Jesús buscan llamar su atención ante la magnificencia del Templo de Herodes, Jesús declara que de eso no quedaría piedra sobre piedra.3 Su afirmación que si fuere destruido Él es poderoso para reedificarlo en tres días 4 es una clara referencia a lo que Dios considera el verdadero templo. Así lo confirma Pablo en sus cartas al decir que nosotros, el cuerpo de Cristo, somos el templo de Dios y nuestros cuerpos templo del Espíritu Santo.5

El primer indicador del crónico déficit de aprendizaje en la Iglesia agudizado por la pandemia es la preeminencia que damos al lugar físico de reunión como epicentro de nuestra vida espiritual.

Consideramos tan importante ese lugar que llegamos al punto de identificarlo con la Iglesia misma. Es común que los cristianos se refieran a su punto geográfico de reunión como “la iglesia”, olvidando que la Iglesia—con ‘I’ mayúscula—es la gente, no el lugar. La Iglesia somos las piedras vivas, no el santuario donde nos congregamos. Ninguna referencia bíblica justifica el uso del término “iglesia”—aunque sea con ‘i’ minúscula—para referirse a un lugar determinado en el cual se reúne la congregación de los santos y fieles, es decir, la verdadera ekklesia.

Cuando viene el juicio del Señor sobre Israel en el año 722 y luego en 586 sobre Judá, el pueblo de Dios fue condenado al exilio y la dispersión. El primer Templo fue destruido, como lo fue siglos después también el segundo tal como lo anunciara el Señor. ¿Cuál ha sido entonces la clave de la supervivencia espiritual y preservación del pueblo judío en condiciones hostiles?

Durante el cautiverio babilónico surgió una nueva modalidad de culto y enseñanza transgeneracional de la Torá. Se trata de las escuelas judías que conocemos como sinagogas. Están presentes en la vida y ministerio de Jesús y juegan un importante papel en la expansión inicial de la Iglesia en el libro de Hechos. La sinagoga fue un recurso emergente que ha cumplido una función esencial en la vida y la historia del pueblo judío. Esto se confirma durante los siglos de diáspora desde la destrucción de Jerusalén en el año 70 hasta 1948. A pesar de persecución y holocausto, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob han sobrevivido sin necesidad de Templo ni altares.

En la reciente pandemia Dios se vio obligado a dispersarnos como lo hizo con Israel, para recordarnos que no es el lugar el que nos da la identidad, sino algo más—en realidad, Alguien más—que llevamos con nosotros dondequiera que estamos.

El segundo indicador de aprendizaje incompleto es la resistencia al cambio en nuestra manera de congregarnos y adorar.

Liturgia inalterable

Sin importar si tu congregación tiene un modelo litúrgico centenario o de apenas unos años, el modelo del culto centralizado en un evento protagonizado por banda musical y predicador estrella ha confirmado en esta pandemia su condición de intocable e inamovible.

Me declaro culpable de haber contribuido a la actual preeminencia de músicos y uso extendido de canciones de tono contemporáneo.

Crecí en una congregación donde el himnario se llevaba el domingo junto a la Biblia para cantar acompañados de instrumentos tradicionales, un himno a la vez. En la década de los 80’s algunos revolucionarios nos atrevimos a introducir ‘cántico nuevo’ en los servicios dominicales, inspirados por pioneros como Marcos Witt y Juan Carlos Alvarado. Personalmente, contribuí a traducir y difundir los cantos de Maranatha! Music e Integrity Hossana!. Desplazar piano y órgano para instalar instrumentos de percusión, guitarras eléctricas y elevar los decibeles del acompañamiento instrumental fue motivo de división en muchas iglesias.

En 1986 tuve el primer espacio radial en frecuencia modulada de Guatemala donde se dio a conocer el rock y la música cristiana contemporánea (Gospel Time), haciéndome candidato a ser lapidado o excomulgado si tal cosa se hubiese practicado entre los evangélicos.

Cuando los cantos de Marcos eran considerados del diablo, yo peleaba con los pastores para que cedieran tiempo del mensaje para la alabanza. No se llegó al punto de derramar sangre, pero sí mucho sudor y lágrimas. Después de años de estudios bíblico-teológicos me convertí en pastor y predicador pero los nuevos amos del culto dominical eran ahora el líder de alabanza y sus músicos, monstruosidad que yo mismo había contribuido a crear.

Lo mismo de cada domingo

Tal como los maestros hicieron con las clases escolares de lunes a viernes, los líderes eclesiásticos intentamos replicar en Zoom, Facebook o YouTube lo mismo que hacíamos cada domingo: una secuencia ininterrumpida de cantos de alabanza seguido de un mensaje bíblico por un solitario predicador.

¿Se nos ocurrió acaso que lo que Dios esperaba en pandemia era que volviéramos al modelo neotestamentario de reunirnos en las casas?

¿O es que no era tan buena idea crear y practicar una mini-liturgia a escala del hogar que no requiriera de todo el aparato mediático y sofisticada tecnología que al día de hoy seguimos utilizando?

No siempre el mejor modelo de Iglesia está en el futuro. A veces lo encontraremos examinando las sendas antiguas.

Es Jesús quien afirma a la mujer samaritana que la verdadera adoración no depende de un rito llevado a cabo en determinado lugar. Los verdaderos adoradores lo serán “en espíritu y en verdad”, en cualquier ubicación y sin libreto alguno.6 El destino de toda liturgia donde el estático rito se vuelve el objeto central del culto es hacerse abominable ante el Señor.7

No pasamos el test

El aprendizaje suele medirse por medio de exámenes. Nuestro déficit de aprendizaje se hizo evidente en un test que la mayoría de iglesias reprobó durante la pandemia. Fue el relativo a la celebración de las ordenanzas: el bautismo y la cena del Señor.

Los laicos jefes de familia no fueron considerados dignos de ministrar la Cena del Señor durante los largos meses de separación física. Se prefirió dejar a la gente sin participar de esta sagrada ordenanza que compartir la autoridad y privilegio de servir que los líderes eclesiásticos ejercemos como ministros ordenados.

Olvidamos que fue Felipe—diácono y no apóstol—el que bautizó junto al camino al primer convertido no judío del que tenemos información. Olvidamos que tomar pan y jugo de la vid—o cualquier equivalente como café, mate o chicha y tortilla, arepa o tostones—no está condicionado a reunirnos un primer domingo del mes o tener a un pastor que haga la debida repartición.

El verdadero epicentro

En caso de crisis, persecución o pandémica cuarentena la familia ha sido y seguirá siendo el único refugio seguro en el cual los cristianos podemos adorar con libertad.

Cuando la congregación local o la escuela no pueden reunirse, la familia es el único santuario y centro educativo. Papá y mamá son pastores y maestros y nosotros—los que nos llamamos pastores y maestros—los responsables de equiparles para cumplir esas funciones, no afanarnos en cumplirlas en lugar de ellos.

En este tiempo también se ha levantado un valioso recurso que no debemos ignorar.

Recurso emergente

He comparado a las modernas escuelas cristianas con aquellas sinagogas de la antigüedad. Los educadores cristianos somos el recurso emergente de Dios para la presente generación. Las escuelas y educadores que represento estamos listos y dispuestos a servir, enseñando la verdad del evangelio en cada materia académica, pastoreando y discipulando a la nueva generación.

Al igual que con el Templo de Jerusalén, Dios tampoco ordenó fundar sinagogas ni escuelas cristianas. ¿Con qué autoridad entonces los educadores cristianos nos atrevemos a enseñar? ¿De quién es la responsabilidad de educar a la nueva generación?

Las únicas dos instituciones que Dios estableció con la autoridad y responsabilidad de educar son la familia y la Iglesia. Los colegios cristianos somos solamente socios de la familia y extensión de la Iglesia para apoyarles en cumplir la titánica tarea de formar una nueva generación para Cristo.

Hogar, Iglesia y colegio

Se requiere un esfuerzo común para salvar a la siguiente generación, más no como lo dice el Banco Mundial o Naciones Unidas. Hogar, Iglesia y colegio; padres, pastores y educadores trabajando en equipo con el objetivo común de preparar a niños, adolescentes y jóvenes para el mundo en el que les tocará vivir. Es a nuestros hijos y nietos a quienes les tocará sobrevivir los tiempos más desafiantes para la fe cristiana. Todo está preparado para una nueva realidad global donde no será nada fácil ser fieles seguidores y testigos de Jesucristo.

Hemos de prepararnos para escenarios de persecución en donde nuestros hermosos santuarios ya no serán el epicentro de nuestra fe ni nuestra elaborada liturgia la única ni mejor expresión de nuestra espiritualidad.

Hay esperanza para la Iglesia latinoamericana. Para bien o para mal, la historia muestra que hemos sido susceptibles al cambio, pero de manera más lenta de lo esperado, tal como lo muestra el desarrollo de una creciente consciencia misionera o el nostálgico cuarto menguante de la escuela dominical.

Dios nos ha dado la oportunidad de acelerar el cambio inevitable pero estamos padeciendo un severo déficit de aprendizaje. Se sigue haciendo necesaria una interminable pandemia y futura persecución para que podamos aprender lo que se necesita aprender y que se cumpla el propósito que se ha de cumplir.

¿Pasamos el examen ahora o seguimos con asignatura pendiente por culpa de este maligno déficit pandémico de aprendizaje?


La Espada del Señor

La Espada del Señor cover_smallSi se toca la trompeta en la ciudad, ¿no temblará el pueblo? Si sucede una calamidad en la ciudad, ¿no la ha causado el SEÑOR? (Amós 3:6 LBLA)

Este artículo es una trompeta que probablemente no haga temblar a nadie más que al que lo escribe. Sin embargo, lo hago en obediencia, como el profeta que se atrevió a pronunciar estas palabras.

Los cristianos nos hemos esforzado por encontrar explicación y propósito a la pandemia actual del COVID-19. No sabemos si fueron los vendedores del mercado de Wuhan o malvados bioquímicos los responsables de darnos este nuevo virus. La soberanía de Dios permitiendo este mal es la mejor explicación que encontramos, la cual es teológicamente correcta, pero incompleta. Intentar ver un propósito divino en esta tragedia nos lleva casi al mismo punto de encogernos de hombros y refugiarnos en una conveniente ignorancia disfrazada de ciega confianza en Dios.

Nuestra verdadera confianza debe ser que —aunque no lo veamos— Dios ciertamente está obrando su propósito para cada persona, familia, comunidad, ciudad y nación. Pero Dios también nos llama a abrir los ojos de nuestro entendimiento y dejar que el Espíritu de sabiduría y revelación que Él nos ha dado muestre Su obrar y propósito en todo lo que sucede a nuestro alrededor. La manera de hacerlo es examinar el consejo inerrante e infalible de la Palabra de Dios.

Las cosas por su nombre: juicio

Cuando la Biblia se refiere a enfermedades devastadoras que afectan pueblos completos y que guardan alguna semejanza con una enfermedad epidémica, usa nombres tales como peste, pestilencia o plaga. Todas estas palabras en castellano traducen una misma palabra en hebreo, deber (דֶּבֶר), que tiene el sentido de destrucción. En varias de las narrativas bíblicas donde se describe este fenómeno se consignan causas espirituales que los provocaron, número de víctimas y propósito logrado. Un ejemplo es lo que se cree que fue una peste bubónica que azotó a los filisteos cuando retuvieron el arca del pacto (I Sam 5 y 6). Es interesante que son los mismos sacerdotes filisteos los que comparan este azote con la experiencia de las plagas en Egipto.

La pelea de diez rounds de plagas en Egipto tuvo un fulminante nocaut. El juicio llegó en forma de enfermedad letal o muerte súbita, ejecutado de manera selectiva sobre los primogénitos, sin distingo de edad o clase social. Egipto reaccionó dándole a Dios lo que Él demandaba. La testarudez de Faraón tuvo un precio alto que pudo haberse evitado si tan solo hubiese respondido antes, pero optó por endurecer su corazón.

prayer of sufferingEn lo que la Biblia es clara es que estas mortandades son ordenadas —no permitidas, sino causadas— directamente por Dios como juicio hacia un pueblo. Y aquí aparece la primera palabra que evitamos usar en relación a esta pandemia. Insinuar que el COVID-19 pueda ser un juicio de Dios sobre la tierra sabotea nuestro noble deseo de presentar al Señor como un Dios siempre misericordioso y perdonador. Sin embargo los profetas del Antiguo Testamento no dejan duda al respecto. El juicio de Dios toma diferentes formas de castigo sobre un pueblo obstinado y rebelde. Dios usó invasiones, sequías, hambrunas y, por supuesto, epidemias, para tratar con la idolatría e infidelidad de su pueblo.

Ciertamente la Biblia dice que Dios es lento para la ira y grande en misericordia (Sal 103:8), pero la rebeldía e iniquidad de una nación tarde o temprano acarrea un juicio implacable. Negar esto es negar el carácter de Dios que no sólo es misericordioso sino también justo Juez. Y quien diga que esto es un actuar propio de un Dios del Antiguo Testamento, y que en el Nuevo Testamento todo cambia, le invito a leer algunos pasajes que demuestran que el carácter de Dios es inmutable y no cambia en lo que respecta a impartir juicios severos, también a su Iglesia (Hch 5:1-11; 1 Cor 11:29,30; Heb 10:26-31; 1 Pe 4:17).

Las cosas por su nombre: espada

La segunda palabra incómoda es la que da título a este escrito: espada. La manera en la que el profeta Gad le presenta a David la encrucijada de escoger el castigo de Dios por sus malas decisiones es: “Así dice el Señor: ‘Escoge para ti: tres años de hambre, o tres meses de derrota delante de tus adversarios mientras te alcanza la espada de tus enemigos, o tres días de la espada del Señor, esto es, la pestilencia en la tierra y el ángel del Señor haciendo estragos por todo el territorio de Israel.’” (I Crón 21:12) David decide encomendarse a la misericordia de Dios, pidiendo cualquier cosa menos la espada de sus enemigos. Una devastadora epidemia se desata sobre Israel que sólo en las primeras horas cobra la vida de 70,000 personas. Cuando Dios envía al ángel destructor a Jerusalén, dice la Escritura que “David alzó sus ojos y vio al ángel del Señor que estaba entre la tierra y el cielo, con una espada desenvainada en su mano, extendida sobre Jerusalén. Entonces David y los ancianos, vestidos de cilicio, cayeron sobre sus rostros.” (I Crón 21:16) El Señor abre los ojos de David para que pueda ver lo que está pasando en el plano espiritual. No es una enfermedad misteriosa, no es un virus inexplicable. Es la espada del Señor.

La palabra en hebreo para plaga o pestilencia, deber דֶּבֶר, contiene exactamente los mismos caracteres que el vocablo que se usa para referirse a la “palabra” que Dios habla: דָּבָר (dābār), lo que podría sugerir una raíz común. No es difícil pensar que, con cada una de estas plagas, Dios quiere hablarnos. Hay un mensaje profético que debe ser atendido con carácter de urgencia y demanda una respuesta inmediata o de otra manera se transformará en un mensaje de juicio. Es grotesco pero ilustrativo que el retrato de Jesucristo en el libro de Apocalipsis sea con una espada aguda saliendo de su boca (Ap 1:16) con la cual está listo para juzgar a su misma iglesia (2:16). “Su nombre es: El Verbo (La Palabra) de Dios. Los ejércitos que están en los cielos, vestidos de lino fino, blanco y limpio, lo seguían sobre caballos blancos. De Su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones.” (19:13-15).

Hasta que no llamemos a las cosas por el nombre que la Biblia les da, estaremos hablando demasiado tiempo de “coronavirus” y nada del juicio que representa. Pero si tenemos el coraje de abrir nuestros ojos y discernir lo invisible a la luz de la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios entonces no hay más opción que obedecer. Tanto filisteos, egipcios como israelitas sabían que la única cosa que puede cambiar el devastador juicio de Dios —detener la espada del Señor— es arrepentimiento y humillación. No todos entenderán esto, pero si tan sólo los líderes lo entienden y obedecen, las cosas pueden cambiar. Al final de cuentas, como lo muestra la Biblia y la historia, es por las malas decisiones de los gobernantes que todo un pueblo padece las consecuencias.

Un ejército formidable

En la antigüedad bíblica, juicio y espada eran sinónimo de ejércitos invasores que devastaban todo a su paso, sitiaban las ciudades y llevaban cautivos a los conquistados. Asiria y Babilonia fueron las naciones cuya invasión trajo juicio a Israel y Judá respectivamente, por su desobediencia e infidelidad a Dios.

Hoy, donde las invasiones y agresiones internacionales son cosa del pasado, y donde el pueblo del Señor ya no se encuentra en un determinado lugar geográfico sino esparcidos por todo el mundo, Dios ha de hablarnos de otras maneras pero no muy diferentes a lo descrito en su Palabra. Sufrimos la invasión de un ejército diferente, pero igualmente identificado desde la antigüedad como juicio divino y espada del Señor. Se trata de un ejército microscópico, tan débil que simple agua y jabón puede aniquilarlo al contacto. Sin embargo, una vez dentro del organismo humano puede ser devastador e incluso causar la muerte.Fighting virus

No es casualidad que los profetas del Antiguo Testamento sean los que hacen un uso más abundante de la descripción de Dios como “Señor de los Ejércitos”. Así como Dios ha traído este ejército de coronavirus para hablar a su Iglesia, así también Él puede derrotarlo como lo hizo con los imperios de la antigüedad que afligieron a su pueblo con propósito. Nuestro sistema inmunológico es un ejército formidable de linfocitos, leucocitos y anticuerpos con los que Dios nos equipó, pero su funcionamiento y respuesta a la enfermedad está completamente bajo el dominio del mismo Señor de los ejércitos.

Si tus ojos aun no se abren para contemplar los juicios de Dios sobre la tierra, que alcanzan tanto a justos como a injustos como consecuencia de decisiones propias y de sus gobernantes, te invito a que hagas una lectura más detenida de la Palabra y pidas que el Señor ilumine tu entendimiento. Mi oración será que el Espíritu te siga guiando a toda verdad y convenza al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8).


Todas las referencias bíblicas son de la Nueva Biblia de Las Américas (NBLA).