La lavadora de mi abuelita

En la casa de mi abuelita —donde transcurrió mi niñez— había objetos muy peculiares que casi no se encontraban en otras casas a mediados del siglo pasado.  Mi próspero abuelo era amante de la tecnología y buscaba tener objetos que despertaran asombro; el actual equivalente a comprar el último dispositivo electrónico.

Por ejemplo, en una esquina de los gabinetes inferiores de la cocina había una bandeja giratoria (que los norteamericanos suelen llamar ‘lazy Susan‘) con la cual me entretenía horas enteras.  Colocaba mis juguetes junto a los demás utensilios y los hacía recorrer innumerables órbitas a temeraria velocidad.  Tal entretención terminó cuando algunos trastos fueron víctimas de mi empírico aprendizaje sobre las fuerzas centrífugas, con el consecuente y doloroso castigo.

De todas, mi máquina favorita era lo que a los ojos de un niño de cinco años parecía ser una cápsula espacial.  En la década de los 60’s las misiones Apolo capturaban la atención del mundo entero. Todos los niños soñábamos con ser astronautas.  Ese clóset metálico, siempre vacío, con una única portezuela redonda de vidrio, era una irresistible invitación a poner a volar mi imaginación.

A diferencia de la estufa o la refrigeradora, este misterioso mueble blanco no era utilizado para nada.  Gigantesco, y aparentemente inútil, mi nave intergaláctica ocupaba un privilegiado espacio techado en la parte exterior de la casa, junto al patio de juegos.  La primera vez que abrí la escotilla, el cilíndrico y brillante interior me pareció fascinante.  Giraba convenientemente para ajustar el asiento del astronauta a los diferentes ángulos de la órbita terrestre, lo cual pronto pude comprobar.  ¡Pasé horas en innumerables viajes a la luna junto a mis héroes de la NASA!

Con el pasar de los años me enteré que mi nave espacial no era más que una lavadora de ropa que mi abuela nunca usó por temor a descomponerla.  Su escepticismo ante las nuevas tecnologías le hizo lavar la ropa a mano toda su vida, reservando el costoso aparato para ser —sin saberlo— un juguete más de su pequeño nieto.  A los siete u ocho años tuve que renunciar a mis viajes espaciales por haber sido sorprendido por la abuela a medio camino a Marte.

Botón Temor TecladoLa parábola de la lavadora me hace pensar en la actitud de muchos cristianos ante las nuevas tendencias y maneras de hacer las cosas en este siglo XXI.  Habiendo nuevas tecnologías disponibles para hacer nuestro trabajo más eficiente, nos aferramos a nuestros antiguos métodos.  Atrapados por el temor a lo desconocido o el escepticismo a lo novedoso, la resistencia al cambio nos paraliza, haciéndonos obsoletos y poco productivos.

No es lo que Dios espera de nosotros de acuerdo a la enseñanza de Jesús en Mateo 25.  La conocida parábola de los talentos ilustra la manera en la que Él nos confía valiosos recursos para que hagamos un óptimo uso de ellos y logremos fructíferos resultados.  De los tres siervos, uno de ellos decide no hacer nada con lo recibido y deja su talento intacto.  Los otros dos que multiplicaron sus talentos fueron recompensados pero el temeroso que no hizo nada fue reprendido por su falta de acción.

Siempre habrá niños traviesos que encontrarán usos creativos para las cosas que Dios nos ha dado y que con actitud temerosa a veces colocamos en el santuario de lo incomprensible.  Que Dios nos haga más como niños, para atrevernos a usar lo que Él pone delante nuestro y así volar al infinito y más allá.

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