Tuvo que haber sido el año ’69 o ’70 porque yo no tenía más de 10 años de edad. La señorita Esther Edwards, misionera en Guatemala, organizaba unos campamentos de verano en Monte Sión, Amatitlán, cada año en el mes de Noviembre y el lema del campamento de aquel año era “Misioneros para Cristo”. Nadie hablaba de misiones en aquel entonces. Ahora es un tema popular en las iglesias de América Latina pero en aquel entonces los misioneros eran los norteamericanos que venían a nuestros países, nadie que se enviara de aquí a otras partes del mundo. Durante toda la semana del campamento fuimos deleitados con las fascinantes historias de David Livingston, Hudson Taylor y otros misioneros llamados por Dios para ir a lugares remotos como Africa y la China.
Al final de la semana la expectativa era saber quién sería el ganador del concurso de contar la historia misionera. Cada cabaña debía nombrar un representante para participar y contar una historia de la manera más elocuente posible, haciendo uso de la manualidad que habíamos hecho durante la semana. La historia era la misma y yo no estaba muy entusiasmado con haber sido nombrado el representante de mi grupo. Luego de escuchar 8 veces la misma historia, yo me preguntaba qué iba hacer para impresionar al jurado con algo diferente que me hiciera ganar el concurso. Al llegar mi turno, hice mi mejor esfuerzo por narrar de la manera más vívida posible la historia en donde el personaje principal se ofrece a pagar el castigo por la infracción que alguien más ha cometido. Al llegar a la parte culminante de la historia, donde el protagonista está recibiendo los azotes en lugar de su amigo, me doy cuenta que dos de las tres miembros del jurado están llorando. ¡Mi relato las ha conmovido y no entiendo por qué si ya lo habían escuchado 8 veces antes! Algo desconcertado por sus lágrimas, termino como puedo la historia y vuelvo a mi lugar.
El salón quedó envuelto en silencio…
Repentinamente una de las misioneras, secándose las lágrimas, me dirige las siguientes palabras: “Estuardo, ¿quieres ser un misionero para Cristo? La respuesta que di a esa pregunta marcó el resto de mi vida. Aunque me sentía mal por haberlas hecho llorar, estoy seguro que no respondí que sí solo por compromiso. Sabía exactamente a lo que me estaba metiendo porque me lo habían explicado toda la semana. Lo de ganar el concurso pasó a un segundo plano.
Me pasé el resto de mi adolescencia y juventud tratando de escapar de ese llamamiento al que había respondido, pero cual Jonás, Dios me persiguió implacablemente hasta hacerme entender que no había otra cosa que podía hacer con mi vida más que dedicarla a su servicio en el ministerio a las naciones. Sí, soy una de esas personas que pasa mucho tiempo lejos de mi país, ministrando en otras naciones. Me convertí en un misionero para Cristo.
Pero ¿es acaso el llamamiento de Dios sólo para unos pocos privilegiados que deben ir a un seminario a estudiar Biblia y teología para convertirse en pastores, misioneros y predicadores? ¿Cómo hago para saber si Dios me está llamando al ministerio?
Dios puede llamarnos para cumplir funciones especiales
Ciertamente Dios llama a personas específicas para desempeñar funciones especiales. Encontramos diferentes personajes en el Antiguo Testamento que fueron llamados por Dios a jugar papeles importantes en el desarrollo del plan de Dios para su pueblo y la humanidad.
Personajes como Abraham (Gen. 12), Moisés (Ex. 3), Samuel (1 Sam. 3) e Isaías (Is. 6) recibieron un llamamiento a través de la voz audible de Dios, o por medio de una manifestación sobrenatural. Usted dice «Si Dios me hablara así o si un ángel se me apareciera… entonces yo también respondería al llamamiento de Dios!» El llamamiento de Dios hoy se manifiesta con el mover del Espíritu que despierta nuestros sentidos hacia una necesidad que somos impulsados a llenar imperativamente.
De estos ejemplos bíblicos en el Antiguo Testamento surgió la idea de que el llamamiento de Dios es solo para unos pocos, dedicados al mal llamado ministerio “tiempo completo”. Ciertamente Dios sigue llamando a ciertas personas para servirle de maneras particulares, pero el Nuevo Testamento nos muestra otros tipos de llamamiento que Dios hace.
El llamamiento de Dios para salvación
Es un llamamiento universal.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Rom. 8:28-30 RVR)
La obra de Dios para salvación es como una secuencia de piezas de dominó en donde se echa andar la primera y todas las demás siguen indefectiblemente. Independientemente de lo que creamos respecto a la doctrina de la predestinación, si solo tomamos la parte a partir del llamamiento para salvación, vemos que ser justificados y glorificados es la consecuencia imparable de haber sido escogidos para salvación. Pero tal elección conlleva un compromiso.
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, (Ef. 4:1 RVR)
Aquellos que responden a ese llamamiento deben vivir de una manera consistente con ese llamamiento. Literalmente Pablo es redundante en su afirmación (el original griego lee “el llamamiento con que fuisteis llamados”) pero por razones de redacción los traductores lo han puesto de la manera elegante que lo leemos en nuestras Biblias. El énfasis es debido. Nuestro llamamiento nos hace parte de una clase aparte, una aristocracia celestial que no puede vivir como todos los demás. Probablemente usted ha visto estudiantes de la escuela militar en su país. Cuando ellos portan el uniforme que los distingue no hacen cosas indebidas o incorrectas con la ropa que los identifica como parte de un grupo selecto de futuros oficiales del ejército.
Jesús nos llama a seguirle
Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron. (Mt. 4:18-22 RVR)
Al igual que con aquellos pescadores, Jesús nos encuentra en nuestro lugar de trabajo, en medio de nuestras ocupaciones cotidianas y allí, interrumpe nuestra rutina diaria para llamarnos a ir en pos de Él. Jesús parece decirnos «¿Puedo interrumpir tu vida un momento?» pero nuestro frenético ritmo de vida y trabajo no nos permite escuchar la voz del Señor llamándonos. La frase ‘pescadores de hombres’ nos confirma que cuando Jesús nos llama es porque él va a usar nuestras destrezas y experiencia, pero aplicadas en una dirección diferente. Algunos temen responder al llamado del Señor porque piensan que es una experiencia frustrante pero seguir al Señor es la experiencia de realización más plena que puede haber.
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. (Rom. 11:29 RVR)
Dones y llamamiento van de la mano. La esencia de tu llamamiento son tus dones. Aquello para lo cual Dios te diseñó, las características particulares que Él puso en tu personalidad, ¡tu ADN espiritual es el que marca tu irrenunciable llamamiento vocacional!
La reacción de respuesta inmediata de aquellos pescadores (“dejando al instante las redes”) es la misma de Mateo.
Después de esto, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos llamado Leví, que estaba sentado donde se cobraban los impuestos. Le dijo: «Sígueme.» Leví se levantó y, dejándolo todo, lo siguió. (Lu. 5:27, 28 RVC)
El llamamiento que Jesús hace para seguirle demanda que dejes todo lo demás a un lado y lo sigas de inmediato. Pensamos que tal cosa fue fácil para aquellos hombres, pero piense en Mateo por un momento. Este es un hombre en una posición envidiable: ¡era nada menos que el jefe de aduanas! Cobraba peaje o derechos de transporte a comerciantes o labriegos locales que llevaban mercadería para comerciar, y a las caravanas que pasaban por Galilea. La oficina de Mateo estaba ubicada en la ruta principal que iba de Damasco a Capernaum, y luego iba al oeste para unirse a la ruta costera que iba al sur hacia Jerusalén y Egipto. ¡Ese es el jugoso negocio al que Mateo tuvo que renunciar por seguir a Jesús!
Los evangelistas del siglo XX nos acostumbraron a escuchar “invitaciones” a aceptar a Cristo como Salvador, “invitaciones” a recibir a Cristo en nuestro corazón, “invitaciones” a venir a la iglesia. Nosotros estamos recibiendo invitaciones todo el tiempo (Facebook, bodas, graduaciones, 15 años) algunas de las cuales evadimos, otras aceptamos por compromiso, y a pocas vamos con gusto. Cristo no hace “invitaciones”, Él hace llamamientos. Hemos hecho del compromiso de seguir a Jesús algo muy amable, muy político, muy apropiado, cuando es algo radical, algo que demanda todo lo que somos y todo lo que tenemos.
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. (Lu. 9:23 RVR)
Seguir a Jesús es el verdadero significado del discipulado. Hoy se le llama discipulado a muchas cosas que no tienen nada que ver con seguir al Señor. Le llamamos discipulado a reuniones semanales donde hablamos más de otra cosa que escudriñar los caminos del Señor para saber cómo seguirlo mejor. Le llamamos discipulado a programas de la iglesia, cuando el discipulado no es un programa, ni una estructura de células, o grupos de 12 que tienen sus 12 que “discipulan” a otros 12. Discipulado es compartir vida, es convivir con otros, no una vez a la semana, sino 24/7 como Jesús lo hizo con sus discípulos, para que vean cómo vivo, cómo hablo, cómo pienso, cómo tomo decisiones, cómo camino, cómo oro…
Jesús nos llama a estar con Él; lo demás viene después
Marcos es el evangelista que hace el mejor resumen del llamamiento que Jesús hizo a sus discípulos. Así como los pescadores y el recaudador de impuestos, había un grupo más amplio que seguía a Jesús y llega el momento en que Él tiene que hacer la diferencia entre el grupo grande y los doce de quienes esperaba un compromiso superior.
Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: (Mr. 3:13-15 RVR)
Llamó a los que él quiso, con propósitos muy definidos, listados en un orden específico:
- Para que estuviesen con él
- Para enviarlos a predicar
- Para que tuviesen autoridad
Este es el orden, pero nosotros lo hemos cambiado (como muchas otras cosas en la Biblia por ejemplo Mt. 6:33). Primero queremos la autoridad, luego nos afanamos por hacer ministerio (el infame activismo evangélico) y entonces, si nos queda tiempo, nos acordamos de orar y pasar tiempo con el Señor. No funciona así. La clave de la autoridad, la base de todo lo que podamos hacer para servir al Señor, sea predicando, sanando o aun echando fuera demonios, tiene que ver con que hagamos primero lo primero.
¿De qué estamos hablando cuando decimos “estar con Él”? ¿Cómo se puede estar con el Señor si Él ya no está físicamente con nosotros como lo estuvo con aquel primer grupo de discípulos? La experiencia de compartir 24 horas, 7 días a la semana durante tres años con Jesús no tiene paralelo con ninguna experiencia actual que podamos tener. Pero ¿no fue Jesús quien dijo antes de ascender al cielo: «He aquí yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20)? ¿No fue Él quien prometió a otro Consolador (el Espíritu Santo) para que estuviese con nosotros, morara en nosotros y nos guiara en todo? ¿No es acaso la iglesia el cuerpo de Cristo, indicando que cuando quiera y dondequiera nos reunimos la presencia corporal de Jesús se manifiesta allí donde estamos? (y esto ¡no solo domingos en la mañana!)
Hay diferentes maneras de “estar con el Señor”. La manera más intensa en la que yo experimento la presencia del Señor es en la quieta hora de la mañana, antes de cualquier otra actividad, leyendo su Palabra y escuchando su voz. Otra forma menos convencional es haciendo mi ejercicio mañanero, donde su voz deriva en una amena conversación sobre las asuntos de los que he leído minutos antes. Por supuesto que Él también está tomando el desayuno a mi lado, comentando las noticias del periódico. En el automóvil, camino a la oficina y así, todo el día hasta el último cerrar de ojos en el que le doy gracias por el día que hemos compartido juntos. Mis maneras de “estar con el Señor” probablemente no sean las mismas que las suyas. Por supuesto que yo me deleito en la alabanza musical del domingo, en los estudios bíblicos, en el mensaje, pero esas formas de adoración y edificación no son exactamente “estar con el Señor”. Cantar alabanzas es para mi relación con Dios como llevarle flores a mi esposa. Es solamente una expresión de amor de una relación más profunda que se lleva a cabo todo el tiempo, independientemente de si hay flores de por medio. Cuando estoy de viaje experimento un sentimiento que mis amigos brasileros llaman ‘Saudade’. Saudade es una palabra sin una posible traducción a otro idioma, que expresa una mezcla de nostalgia, añoranza, anhelo melancólico. Es el sentimiento de vacío de algo o alguien que hemos perdido y que no hay manera inmediata de llenar. En esas circunstancias, cuando anhelo estar con mi familia, es maravilloso pero no es suficiente recibir mensajes de email de ellos, aun poder hablar en teleconferencia, via Skype es una maravilla que la tecnología nos ofrece pero que no reemplaza la presencia física de la persona amada. Leer la Biblia, escuchar un mensaje de la Biblia o participar en un estudio bíblico es como ver una película o un programa de televisión de alguien que admiramos, de quien queremos saber más, que nos informa, nos motiva a conocerlo y hasta nos habla directamente, pero que no constituye la presencia misma de esa persona con nosotros.
No nos confundamos. No nos engañemos. No hay sustituto a la experiencia de estar con Jesús como la prioridad número 1 en tu vida. Es el llamamiento ineludible que tenemos aquellos que nos llamamos cristianos, sus seguidores, sus discípulos.
El problema de estar con el Señor es que se nota. Dice la Biblia que cuando Moisés había estado con el Señor, su rostro resplandecía, lo cual era notorio para todos (Ex. 34). La gente nota cuando has estado con el Señor. Hay un resplandor en tu rostro, en tu vida, una presencia vibrante de Dios en tu ser que la gente puede percibir. La ausencia de Dios, tu falta de comunión íntima con Él también es evidente. ¡Hasta en la televisión se nota cuando un predicador está hablando más en la carne que en el espíritu!
Es tiempo de confesar nuestra negligencia en responder a este ineludible llamamiento. Es el momento de responder a este irresistible llamamiento. Es tiempo de responder a Jesús que nos llama a estar con Él, a seguirle.
Si realmente quieres más de Jesús en este año para ser más como Cristo, es imperativo que hagas de estar con Él tu prioridad, tu enfoque, tu obsesión. Todo lo demás vendrá después: ministerio, autoridad, felicidad, prosperidad, ¡lo que sea que ha sido tu prioridad hasta ahora, pasa a segundo o tercer plano por el llamamiento ineludible de estar con Jesús!
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Si quieres escuchar el testimonio completo de Estuardo Salazar, puedes hacerlo haciendo click aquí: Testimonio E.Salazar
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