¿Qué respondes cuando la gente te pregunta “Usted, ¿Qué hace? ¿A qué se dedica?” Es una pregunta que suele darse cuando estamos conociendo gente por primera vez. Por supuesto, respondemos algo como “Yo estudio”, o “Me dedico a los quehaceres del hogar”, o “Trabajo en el departamento contable de tal o cual empresa”, “Me dedico al comercio, el ramo de seguros…” o cualquiera que sea su ocupación principal. ¿Qué crees que hubiera respondido Jesús al hacerle esta misma pregunta? Sabemos que antes de su bautismo, Jesús se ocupó en el mismo oficio de José, el esposo de María, que era ser carpintero (Mt. 13:55; Mr. 6:3), lo cual no es solamente la imagen que tenemos de alguien que hace mobiliario. El significado amplio de la palabra τεκτων (tekton) traducida como ‘carpintero’ es lo que en Guatemala llamamos un ‘maestro de obra’, un contratista, la persona responsable de una construcción que usualmente sub-contrata a otros para realizarla. Se usaba también en referencia a las personas capaces de arreglar cualquier cosa, un ‘handy man’; si algo se descomponía en la casa, si algo se rompía, se llamaba al ‘tekton’ para repararlo.
Sin embargo, ese oficio no era para toda la vida. Se cree que desde el incidente del Templo cuando tenía 12 años, la habilidad que Jesús demostró para hablar y discutir acerca de las Escrituras le representaron poder recibir el título de ‘Rabí’, reservado a los maestros de la ley, probablemente sin haber recibido toda la instrucción formal que la mayoría de ellos recibía, especialmente los miembros de la tribu de Leví.
Los evangelios responden de una manera triple al ver qué fue aquello a lo cual Jesús dedicó la mayor parte de su tiempo.
Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (Mt. 4:23 RV95)
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia. (Mt. 9:35 RV95)
Estas palabras representan tres tipos de servicio que Jesús prestó a la gente de su tiempo, e igualmente representa tres áreas de ministerio que nosotros, cristianos del siglo XXI, podemos ofrecer a la gente con la cual nos relacionamos. Estas tres áreas representan las necesidades del ser humano integral que él vino a llenar y que nosotros también somos llamados a ministrar a nuestros semejantes.
Enseñar
La prioridad del ministerio de Jesús fue la enseñanza. Este verbo describe la acción primaria ejercida por el Señor en relación a sus discípulos, al grupo cercano de personas con quienes convivió durante los tres años de su ministerio terrenal. Esta enseñanza la encontramos en diferentes formas, pero el pasaje habla específicamente de la enseñanza que impartía en las sinagogas.
Las sinagogas fueron los centros de adoración e instrucción del pueblo judío, surgidos como un recurso emergente ante la ausencia de un lugar de adoración durante el tiempo de la cautividad babilónica, por haber sido destruido el Templo de Salomón. Aun cuando el Templo fue reconstruido, las sinagogas se mantuvieron y dieron lugar a la profesión de los escribas y maestros de la ley, que eran los encargados de las sinagogas y la enseñanza que se impartía en ellas. Frecuentemente la enseñanza de Jesús se comparaba con la de los escribas (Mr. 1:22), destacando la de Jesús por la autoridad con la que enseñaba.
La enseñanza de Jesús no se limitaba a las sinagogas. El fue uno de esos maestros itinerantes que encontraba oportunidades de enseñar a sus seguidores en toda oportunidad. Fuera pasando junto a los campos cultivados que inspiraron la parábola del sembrador, un árbol de mostaza o una higuera que no daba fruto, Jesús usó todas las posibles oportunidades para compartir alguna enseñanza con sus discípulos. Los evangelios nos dan abundantes muestras de la enseñanza de Jesús
¿De qué manera podemos emular este aspecto de la vida de Jesús? ¿Es que Dios espera que nosotros también hagamos de la enseñanza un aspecto importante de nuestra vida? En la década de los 70s un libro acaparó la atención mundial y estuvo al tope de la lista de mejores vendidos: “El Vendedor más Grande del Mundo” se encargó de convencer al mundo de que todos somos vendedores. Toda la gente se identificó con la historia de Hafid y sus 10 pergaminos del éxito. Hace 2000 años vino Jesús a mostrarnos y convencernos que todos podemos y debemos ser maestros. Ustedes pensarán que estoy exagerando la nota por el hecho de ser educador. Ciertamente algunos de nosotros hemos hecho de nuestra profesión la docencia, pero en un sentido ¡todos somos maestros (aunque nunca hayas tomado un solo curso de pedagogía)!
Si eres papá o mamá, ¡eres maestra! Si eres jefe o director con gente a tu cargo en tu trabajo ¡eres mentor! Si tienes niños, gente más joven o menos experimentada a tu alrededor, sea hijos, sobrinos, nietos, gente con menos tiempo de conocer al Señor que tú, ¡eres el modelo al cual ellos están viendo! Enseñamos, no solo con nuestras palabras, sino con nuestros hechos. Esa fue la clave de la autoridad en la enseñanza de Jesús. Cuando Él hablaba del amor, es porque había demostrado el amor más grande. Su enseñanza sobre el perdón, el samaritano o la oveja perdida no se perdieron en la historia porque el Maestro practicó lo que enseñaba.
Y… ¡quizá por ello es que tememos ser maestros! No queremos asumir la responsabilidad que implica vivir lo que enseñamos. Si queremos enseñar humildad, debemos practicar la humildad. Si pretendemos que nuestros hijos sean obedientes, nosotros también debemos serlo en el nivel en el que nos encontramos. El primer ministerio de Jesús fue enseñar.
Predicar
La segunda tarea a la que Jesús dedicó su tiempo, esfuerzo y pasión fue el anuncio glorioso de buenas noticias, el evangelio del reino. Para un pueblo oprimido por el yugo romano, el anuncio de que Dios se había acordado de ellos y la prometida restauración profética vendría eran ciertamente buenas noticias.
¿Cuál es la diferencia entre enseñar y predicar? La enseñanza presenta más información que apela a la razón y a la comprensión de parte del oyente. Ese conocimiento recibido ilumina el espíritu para traer una nueva verdad que transforma no solo la forma de pensar sino la conducta del individuo. La predicación tal como Jesús la practicó es κηρυσσω (kerusso), el anuncio oficial que hacía un heraldo para todo el pueblo, un decreto real o imperial que todos debían escuchar. La enseñanza es para unos pocos, la predicación es para todos. Por ejemplo, la proclamación de dar buenas nuevas a los pobres; sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos (Lu. 4:18) es algo que traía gozo y alegría a la gente. ¡El esperado reino de Dios está por llegar! Esas eran palabras que la gente había estado esperando escuchar por mucho tiempo.
¿Cómo podemos imitar nosotros a Jesús en su ministerio de predicar el evangelio? Pensemos en las palabras que la gente a nuestro alrededor está esperando escuchar. En un viaje reciente conocí una pareja viajando desde Alemania a Guatemala por dos días, sin un asiento seguro en la última parte de su viaje. El agotamiento se reflejaba en sus rostros por la noche anterior que habían pasado en el aeropuerto de la ciudad de Mexico desde donde les desviaron a una parada más antes de llegar a su destino. Sabiendo que el vuelo estaba lleno, sentí el impulso de hacerles escuchar palabras de esperanza de que ellos estarían en Guatemala esa misma noche. ¡Su alegría no tuvo límites al recibir la noticia que había dos asientos libres y pudieron abordar el avión! Esas ciertamente fueron buenas noticias para ellos.
Sanar
Hemos visto que el orden en el que la Biblia pone las cosas es muy importante. (ver mi mensaje sobre Mr. 3:13 donde Jesús llamó a sus discípulos, primero: para que estuviesen con él, segundo, para enviarlos a predicar y tercero les dio autoridad para sanar enfermos y echar fuera demonios). Aquí encontramos eso mismo. Primero enseñanza, segundo proclamación y tercero la sanidad. Pero como es usual, los humanos hacemos las cosas al revés y ponemos primero lo que más nos interesa.
Sanar enfermos, echar fuera demonios fue la parte más espectacular del ministerio de Jesús pero tenían el único propósito de respaldar el mensaje que Él predicaba. Los milagros eran el sello de autenticidad de que la enseñanza del Maestro venía de Dios. Como vemos en el caso de Pedro en Hch. 2 y 3, las lenguas de fuego, el viento recio, la sanidad del cojo solamente le dio la oportunidad de pronunciar los discursos que fueron los que trajeron los primeros convertidos y miembros de la iglesia. Estas señales y prodigios fueron también las que respaldaron el mensaje de Pablo y tenemos todo el libro de Hechos lleno de esas referencias.
Actualmente existe un interés morboso de la gente en las manifestaciones espectaculares del poder de Dios (Mt. 12:38). Debemos poner los milagros en perspectiva y no buscarlos o esperarlos como condición para que nuestra fe crezca. Aprenderemos mucho en esta serie acerca de las condiciones, los detalles que rodeaban cada una de las sanidades que se nos narran en los evangelios y conoceremos más acerca del actuar de Dios en cada protagonista de estas sanidades.
Por ahora tengamos en mente que para Jesús era importante el bienestar físico de las personas y por eso llevó a cabo todas estas sanidades y milagros. El no vino solo a ministrar la mente o el corazón de la gente (o como algunos evangelistas suelen decir: «salvar almas»). El bienestar espiritual va acompañado de bienestar físico. De la misma manera nosotros también debemos preocuparnos de ministrar la dimensión física y material de las personas. Entre los evangélicos se ha vuelto costumbre transar «milagros» a cambio de dinero, atención médica a cambio de acceder a ser evangelizados. En Guatemala tenemos una parroquia católica con amplias canchas de fútbol donde cada fin de semana los jugadores deben aceptar escuchar misa si quieren jugar fútbol. Es habitual mezclar las cosas espirituales con las de la esfera material lo cual puede ser un error.
Resumen
Al acercarnos a la persona de Cristo vamos a encontrar estos tres elementos y cada uno de ellos representa un área de nuestra vida que Jesús ministra:
- Enseñanza ministra el área intelectual – el entendimiento, y conlleva una respuesta de la mente
- Predicación ministra el área emocional – la predicación es el anuncio emotivo y apasionado de buenas noticias que trae una respuesta del corazón
- Sanidad ministra el aspecto físico – el bienestar del cuerpo y conlleva la respuesta de restauración que vemos en cojos, paralíticos, ciegos y endemoniados
Al servir a aquellos a quienes Dios ha colocado a nuestro alcance para ser como Cristo, tengamos en mente al ser integral; asegurémonos de ministrar integralmente a las personas. Es importante identificar el área en la cual debemos ministrar. Una enfermedad del cuerpo no se resuelve solo con medicina, puede tener (y cada vez es más usual que tenga) un origen en un trastorno emocional o estrés. Los cristianos solemos atender todas las cosas desde una perspectiva espiritual y muchas veces nos conformamos con hacer una oración por las personas en crisis o necesidad. Ciertamente lo espiritual gobierna todo lo demás, pero junto a la ministración del espíritu debemos proveer el ministerio integral que atiende cada área de la persona.
Conclusión
Jesús es el modelo de tres aportes estratégicos a la vida de la gente que todos podemos hacer, que todos debemos hacer. Entre más aprendes y recibes de Jesús, Dios abrirá más oportunidades para usarte para ser más como Cristo para otras personas. ¿Cómo? Enseñando, predicando… sanando. Trayendo sanidad, salud, salvación a la mente, el corazón, el espíritu y el cuerpo de todos los necesitados que Él te ponga enfrente.
La próxima vez que te pregunten, recuerda… Tu trabajo, tus estudios, tu labor en el hogar, es sólo una excusa para estar en el lugar desde el cual Dios quiere usarte para enseñar, predicar y sanar.
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Puedes escuchar el mensaje en audio aquí: 04 Ministerio Integral